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FORO CUBANO Vol 4, No. 28 – TEMA: ANÉCDOTAS II–

Siempre ha sido más económico alimentar a un esbirro que reparar un hospital

Por: Boris González Arenas

Enero 2021

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El autor aborda el carácter antidemocrático de la revolución cubana, pasando por la figura de Fidel, el mito de la igualdad, el deterioro de los sistemas de salud y educación, así como el impacto de este régimen sobre América Latina.

 

¿Cómo describiría el gobierno que se instaló en Cuba después de 1959?

 

La historia de la revolución cubana no se distancia de la historia de las revoluciones en la que ha triunfado la visión antidemocrática del Estado y la sociedad. La democracia es un producto de la razón, con todas las complejidades que la noción de razón pueda tener. Pero, básicamente, busca contener los humores, las ambiciones y el desenfreno, por medio del consenso y no del sometimiento. Fuera de la democracia el individuo también es contenido, pero por el miedo; en la democracia lo hace la ley.

 

Si se quiere caracterizar a la dictadura, se tiene que estudiar a su máxima figura de poder, es en ella en la que mejor se expresa la asimetría entre el poder de la población y su mandamás. Sin ley, la máxima figura de poder lleva el desenfreno a niveles de delirio: en Cuba es Fidel Castro. Para caracterizar el gobierno que se instaló en Cuba después de 1959, de una manera breve, habría que decir que fue el acomodo de toda su institucionalidad a la deshonestidad de Fidel Castro. El resultado es el castrismo.

 

Toda definición breve debe dejar sentadas un conjunto de sugerencias. Extendidos en el papel es donde los rasgos del castrismo comienzan a semejarse con el resto de las revoluciones antidemocráticas, la que sembró el comunismo en Rusia o el fascismo en Italia. Más recientemente la del chavismo en Venezuela. En el castrismo ha habido tres variantes de organización del Estado. La primera se instauró inmediatamente después del triunfo de la revolución antibatistiana, que instituyó una Ley Fundamental que compendiaba la Constitución de 1940 con un objetivo primordial, disolver los órganos legislativos del Estado y asentar el poder legislativo y el ejecutivo en la figura del Primer Ministro, ocupada por Fidel Castro desde 1959 hasta la segunda organización del Estado, en 1976.

 

Con la Constitución de 1976 se disolvió la figura del presidente y se creó el Consejo de Estado, un órgano de 31 miembros, cuyo presidente era el jefe de Estado y de Gobierno. Aunque creó un órgano legislativo, la Asamblea Nacional del Poder Popular, este quedó para parafernalia de la comparsa del poder, con dos sesiones de cinco o seis días al año, que se ha extendido hasta el presente. La tercera organización del Estado sucedió con la aprobación de una nueva Constitución, en el 2019, que devolvió la jefatura del Estado a la figura del presidente, pero le retiró la jefatura del Consejo de Ministros y la presidencia del Consejo de Estado. Es un intento de contener el volumen de poder que recayó por primera vez fuera del clan de los Castro.

 

Para justificar la concentración de poder el castrismo importó un término soviético, el de “unidad de poder”, que no merece mayor definición que el que expresa por sí. Los cambalaches seguidos para someter al poder judicial fueron más variados, pues la noción de independencia del poder judicial debió seguir quedando enunciada en los textos constitucionales. Pero la ley, aun la aviesa redacción castrista, sería papel mojado para el ejercicio del poder; que la aplica, sin embargo, contra los ímpetus cívicos de la ciudadanía. El gobierno posterior a 1959 ha sido eso: Un gobierno sin ley. En ese aspecto se trata de un régimen no ya pre moderno, sino anterior a la civilización. Otro rasgo que lo mantiene en la órbita del comunismo soviético treinta años después de haberse disuelto la Unión Soviética.

 

¿Cree que en Cuba existe un modelo igualitario?

 

La noción de igualdad que el socialismo promovió, y de tal modo el socialismo cubano o castrismo, y que tanto ha inspirado a las izquierdas antidemocráticas, se realiza bajo una realidad cínica. La generalización de la depauperación a magnitudes nacionales, y la concentración de la riqueza de la nación en las manos del poder político. La igualdad castrista es la igualdad en la miseria. En el año 2019 el cubano alcanzó el salario medio más alto en treinta años: 879 pesos. La cifra equivale a 35 dólares según la tasa de cambio oficial. El salario medio, en 1994 era 185 pesos.

 

La depauperación general contrasta con la existencia de escándalos relacionados con las vacaciones de los hijos de Fidel Castro, sus costosas compras, sus éxitos en torneos de golf o su pavoneo en festivales internacionales. Así como la relevancia institucional, tanto militar como civil, de los hijos de Raúl Castro. Todo eso acompañado de la divulgación extensa, en redes sociales, de cuanto hijo de general, ministro o presidente, cabalga sobre la abundancia.

En este escenario de impunidad y ostentación, Fidel Castro será siempre el ejemplo del desenfreno más descabellado. En 1972 regaló una isla del archipiélago cubano a la República Democrática Alemana, a la que renombró Ernest Thaelmann en honor a un líder comunista de aquel país. En 1989 fundó el Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN) para agasajar a la doctora Hilda Molina, una neurocientífica de la que se había enamorado. La promovió a diputada de la nación y la cubrió de medallas. Tras negarse a sus pretensiones lascivas, Hilda Molina experimentó diversas formas de acoso, entre las que estuvo impedirle salir del país a ver a su hijo del que debió vivir separada por 15 años. No fue hasta el 2009 que se le permitió viajar al extranjero, cuando ya Fidel Castro era un anciano convaleciente, próximo a morir, y carente de autoridad efectiva. 

 

Autos, casas, vacaciones, cenas de fin de año, tratamientos médicos, todo podía ser regalado por Fidel Castro si caías entre el número de sus “afectos”. Así era considerado, con extrema benevolencia oficial, el grupo de los beneficiados: “Afectos del comandante”. La Quinta Avenida, la vía más suntuosa construida durante la república, era su vía exclusiva; y el enorme conjunto de residencias que habitaba había sido también tomado del mejor patrimonio urbano de la ciudad.

 

Esa es la igualdad que promueve la izquierda antidemocrática y despreciable, la que considera vagos y explotadores a las cimas del empresariado mundial, desde Bill Gates hasta Joseph Safra, pero admira políticos que se elevan a la categoría de dioses. Aspiran, desde las infames buhardillas en que cocinan su rencor, a realizar a la vez sus anhelos de venganza contra el éxito ajeno, y la consagración perversa de sus ambiciones de poder. No perciben que en esa carrera solo uno es coronado y para los otros queda, no pocas veces, el hambre, el paredón y el destierro.  

 

¿Cuál es su apreciación sobre la salud y la educación en Cuba?

 

La caridad es una acción noble que puede estar presente en los espíritus más pusilánimes. La megalomanía, y el deseo de aparecer a ojos de los otros como un gran benefactor, tienen una relación lógica. No solo contamos con Fidel Castro para ilustrarlo, sino que tenemos también a su antecesor Fulgencio Batista, cuya obra hospitalaria y educativa le mereció magníficos elogios durante su predominio nacional. En el pulso con las otras tendencias políticas del tejido democrático republicano, Batista exaltaba, y aparecía a ojos de sus adherentes, como un hombre preocupado por las clases trabajadoras más humildes. Varios de los mejores hospitales públicos cubanos fueron hechos durante su etapa de poder tras bambalinas (1934-1940), su mandato presidencial legítimo (1940-1944) o su dictadura (1952-1959). Asimismo, los planes de escuelas rurales del batistato fueron notables.

¿Cuál es la relación entre una bondad sincera y un afán de protagonismo populista volcado hacia la atención a los más humildes? Es una pregunta que solo creo que se pueda responder caso por caso. Lo que denota la falta de escrúpulos en la obra caritativa no está en el momento de inaugurar un hospital o ir a un sanatorio a dar ánimos a un enfermo; está en la forma como el benefactor se desentiende de sus protegidos, silencia su desatención, y persigue a quienes le denuncian por su falta de constancia.

 

Batista no tuvo suficiente tiempo para mostrarse capaz de dejar en el abandono su obra asistencialista: Fidel Castro sí. Raúl Castro simplemente no tuvo obra asistencialista alguna, y aunque podría pensarse que es muy temprano para evaluar la obra de Díaz-Canel, el hecho de que las únicas grúas de construcción visibles en el paisaje habanero, estrictamente las únicas, estén donde se construyen suntuosas instalaciones hoteleras, es un pésimo augurio.

 

Frente al abandono que ha sufrido la salud pública y la educación en Cuba, en las últimas décadas, el Estado, lejos de aumentar su inversión en estos rubros, lo ha disminuido. El deterioro predecible lo esconde el monopolio estatal de los medios de difusión, dirigido por el Partido Comunista. Y a quienes denuncian su estado, les espera la persecución y la calumnia. Siempre ha sido más económico alimentar a un esbirro que reparar un hospital. Basta que exista un Estado dispuesto a poner esas variables en la balanza.

 

En Cuba está prohibido el ejercicio privado de la salud y la educación. En la salud, el déficit de instalaciones, de equipamiento de diagnóstico, de medicina preventiva y de medicamentos, convierten el hospital cubano en un lugar que solo se visita cuando cualquier padecimiento se vuelve insoportable. Llevemos décadas valiéndonos de amigos y familiares, muchas veces en el exilio, para mejorar nuestras expectativas de atención, conseguir medicinas, o adecentar las exigencias materiales de cualquier enfermedad. Desde camas convenientes, colchones anti escaras, equipos de ventilación, hasta orinales y pijamas. A los hospitales hay que ir con sábanas, almohadas, cubos para almacenar agua, calentadores y cubiertos. Hay que ir, también, con mucho dinero; para pagar directamente (o por medio de regalos) lo mismo al chofer de ambulancia que al cirujano. Quien no los tiene puede morir en la peor desatención. Las denuncias de iatrogenias crecen, pero la imagen de la salud pública es una prioridad de Estado, y negligencias homicidas son silenciadas por instituciones y tribunales. La educación no exhibe un mejor panorama, con la peculiaridad de que, bajo el castrismo, la educación no difiere del adoctrinamiento.

 

¿Cuál considera que ha sido el impacto de la revolución cubana sobre América Latina?

 

El impacto ha sido terrible. El socavamiento de la institucionalidad democrática es una función esencial de los Estados en los que estorba la Ley. Para el castrismo, la población cubana es una entidad a someter por la fuerza. Los extranjeros no. La resistencia internacional a la tiranía comunista hace de las poblaciones extranjeras objetos de seducción. Las embajadas cubanas son centros de conspiración contra los Estados hostiles y cabildeo con los gobiernos afines para alargar su hegemonía y, si es posible, consagrarla. Si esto fuera una hipótesis de trabajo, sería una afirmación irrelevante. Pero cuando las libertades de Venezuela y Nicaragua son vulneradas por medio de la violencia y el hambre, y sabes que el castrismo juega un rol esencial en ello, comprendes el alcance que tiene su modelo de penetración e incidencia. Solo a un individuo ingenuo, o abiertamente perverso, puede ocurrírsele dejarle las manos libres a un Estado que, más que con la lógica de la ciencia política, opera con la del crimen organizado.

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