
FORO CUBANO Vol 8, No. 72 – TEMA: Estrategias para confrontar los procesos de autocratización en América Latina
Reseña crítica desde el enfoque de la Paz Total. El papel transformador de las mujeres en la construcción de Paz en el Chocó
Por: Carlos Andrés Ramírez, Shadya Tellez y Oriana Pineda. Semillero Democracia, Conflicto y Paz
Abril y mayo de 2025
La búsqueda de la paz en Colombia lleva más de una década, marcada por esfuerzos institucionales, procesos de negociación y movilización social. Sin embargo, este camino ha estado marcado por una violencia persistente que ha dejado decenas de miles de personas muertas, millones de personas desplazadas y comunidades enteras fracturadas por el conflicto armado. A pesar del Acuerdo de Paz firmado en 2016 con las FARC-EP, nuevas formas de violencia continúan afectando especialmente a los territorios históricamente marginados, como el departamento del Chocó.
Frente a este panorama, surge la propuesta de Paz Total, impulsada por el Gobierno de Gustavo Petro desde 2022. Esta política busca poner fin a los distintos conflictos armados vigentes en el país mediante el diálogo con todos los actores armados insurgentes y estructuras criminales y una apuesta decidida por la transformación social de los territorios. A diferencia de procesos anteriores, la Paz Total parte de una visión más amplia e inclusiva: no solo busca el silenciamiento de los fusiles, sino también abordar las causas estructurales del conflicto, como la pobreza, la exclusión, el racismo estructural y el abandono estatal. A pesar de que la paz ha sido tema de discusión en múltiples escenarios, sigue siendo evidente la falta de visibilizarían de las mujeres, quienes han sido uno de los sectores más golpeados por la violencia y con menor representación en los procesos de toma de decisiones.
Ahora bien, las mujeres del Chocó han desempeñado un papel fundamental en la construcción de paz, ya que durante años no solo han resistido la violencia estructural y el abandono estatal, sino también el racismo que implica ser una mujer afrodescendiente en Colombia. A esto se suma la violencia de género, que las ha convertido en blanco de agresiones sistemáticas, incluyendo el uso de la violencia sexual como arma de guerra. A pesar de todo, estas mujeres se han levantado con dignidad para defender la vida, proteger a sus comunidades y liderar procesos de memoria, resistencia y reconciliación.
Sin embargo, a pesar de este panorama adverso, las mujeres del Chocó han asumido un papel fundamental como constructoras de paz y líderes comunitarias. Desde una perspectiva interseccional que articula género, etnia y territorio, su participación en el proceso de paz con las FARC (2012–2016) fue clave para incorporar un enfoque diferencial en el Acuerdo Final, logrando que se reconociera la importancia de los saberes ancestrales y la autonomía territorial de los pueblos afrocolombianos. Organizaciones como la Red Mariposas de Alas Nuevas o la Ruta Pacífica de las Mujeres lograron posicionar sus demandas en escenarios de alta decisión política, sentando las bases para una visión de paz territorial sostenible.
el machismo ha sido una de las formas más arraigadas de violencia estructural que atraviesa tanto la vida cotidiana como los escenarios de guerra. No solo ha normalizado el control del cuerpo, la voz y los espacios de las mujeres, sino que también ha justificado su exclusión de los procesos de decisión, negociación y liderazgo. En zonas rurales y periféricas, como muchas del Chocó, las mujeres han sido tradicionalmente relegadas al ámbito del cuidado, invisibilizadas como actoras políticas y revictimizadas cuando denuncian.
Durante el conflicto, este machismo se intensificó: las mujeres fueron vistas como botín de guerra, utilizadas como objetos de venganza, dominación o castigo, especialmente mediante la violencia sexual. Esta práctica no fue un hecho aislado, sino una estrategia sistemática que reforzó relaciones de poder profundamente patriarcales.
Aun así, las mujeres han desafiado estas lógicas. En medio del silencio impuesto por el miedo y el estigma, las lideresas chocoanas han roto esquemas machistas al tomar la palabra, ocupar espacios políticos, reconstruir el tejido comunitario y exigir justicia. Sus luchas nos recuerdan que, sin romper el orden patriarcal y racista, no es posible una paz verdadera ni transformadora.
Desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016 hasta junio de 2025, más de 190 lideresas sociales han sido asesinadas en el Chocó, según reportes de la Defensoría del Pueblo, Indepaz y medios regionales. Entre ellas se encuentran mujeres como Ruth Alicia López Guisao, Santa Felicinda Santamaría, Jesusita “Doña Tuta” Moreno y Yirleana Lorena Moreno Cuesta, reconocidas por su trabajo en defensa del territorio, los derechos de las mujeres y la construcción de paz. La mayoría de estos asesinatos ocurrieron entre 2019 y 2021, y en varios casos las víctimas ya habían denunciado amenazas, persecución y hostigamientos constantes por parte de actores armados, incluidos grupos posdesmovilización. En lo que va de 2025, se han documentado nuevos casos de hostigamiento por parte del Clan del Golfo contra lideresas y organizaciones comunitarias en municipios como Medio San Juan y Riosucio, generando un clima de miedo, autocensura y desplazamiento forzado. Aunque en 2023 no se registraron asesinatos confirmados, las amenazas, la criminalización del liderazgo femenino y la violencia estructural continúan. Esta realidad evidencia no solo el alto riesgo que enfrentan las mujeres lideresas en el Chocó, sino también el uso sistemático de la violencia de género como herramienta de control social, lo que subraya la urgencia de implementar medidas de protección eficaces con enfoque étnico, de género y territorial.
También es importante tener en cuenta que el narcotráfico ha sido uno de los principales factores que perpetúan el conflicto armado en el Chocó, donde su geografía estratégica —con salida al océano Pacífico y ríos navegables— lo convierte en una ruta clave para el transporte de drogas. Esta economía ilegal ha reforzado la presencia de actores armados como el Clan del Golfo, quienes disputan el control territorial mediante la violencia, el reclutamiento forzado, las amenazas y el desplazamiento de comunidades enteras. Las mujeres, en particular, sufren impactos diferenciados: son utilizadas como correos humanos, expuestas a la violencia sexual, y muchas veces obligadas a guardar silencio por miedo a represalias. Además, el narcotráfico profundiza la criminalización del liderazgo femenino, especialmente cuando estas mujeres denuncian su influencia en las comunidades o defienden proyectos alternativos. Todo esto dificulta la construcción de paz territorial y sostenible, pues mientras las economías ilícitas sigan presentes sin alternativas reales de desarrollo, los liderazgos sociales especialmente los de las mujeres seguirán en riesgo.
Las mujeres chocoanas han erigido verdaderos diques contra la violencia y el olvido: a través de círculos de cuidado, redes de ahorro solidario, huertos comunitarios y rituales de memoria, han sostenido la vida en medio de la guerra y del racismo estructural. Su liderazgo teje puentes entre generaciones, reivindica la oralidad y los saberes ancestrales, y fortalece la identidad colectiva frente a los actores armados que pretenden fragmentar el territorio para el narcotráfico y la minería ilegal.
Ese liderazgo también se expresa en la arena pública. Las lideresas han logrado insertar en las agendas locales y nacionales demandas sobre reparación integral, justicia para la violencia sexual, titulación colectiva de tierras y garantías de no repetición. Sus propuestas desafían la lógica extractivista que alimenta el conflicto, plantean alternativas económicas basadas en la agricultura sostenible y la bioeconomía, y exigen que los recursos lleguen a los proyectos comunitarios que ya generan empleo y cohesión social.
Para que estos avances se consoliden, el Estado debe garantizar protección oportuna y eficaz a las defensoras, investigar los crímenes con enfoque de género y sancionar la complicidad institucional que permite la impunidad. Al mismo tiempo, políticas de desarrollo territorial con enfoque étnico deben reconocer la centralidad de las mujeres en la gobernanza de los ríos, los bosques y las cadenas productivas locales, dotándolas de acceso a crédito, asistencia técnica y participación decisoria en la formulación de planes de inversión.
Pero a pesar de que las mujeres han tomado la fuerza de alzar sus voces en este conflicto continúan siendo víctimas del conflicto armado. La presencia de grupos armados ilegales como el ELN y el Clan del Golfo ha perpetuado la violencia en la región, afectando gravemente a las mujeres. Muchas han sido desplazadas de sus hogares, han perdido a sus seres queridos y viven bajo constantes amenazas. La situación es especialmente crítica en comunidades apartadas, donde las mujeres enfrentan no solo la violencia directa, sino también la falta de acceso a servicios básicos y apoyo institucional.
Ahora bien, hablar de Paz Total en el Chocó implica comprender que la paz no puede imponerse desde el centro del país ni desde los escritorios institucionales. La paz, para las comunidades chocoanas y especialmente para sus mujeres, se construye desde lo cotidiano, desde el territorio, desde la historia de resistencias silenciosas que han enfrentado no solo las balas, sino también el hambre, el abandono, el racismo y el machismo. En este sentido, las mujeres chocoanas no son receptoras pasivas del proceso de paz: son constructoras activas de propuestas de vida en medio de contextos adversos.
En el marco de la política de Paz Total impulsada por el actual gobierno nacional, las mujeres del Chocó han insistido en su derecho a participar de manera efectiva en las mesas de diálogo. Durante la instalación de la Mesa Regional en Quibdó (2023), varias lideresas de organizaciones como la Red Departamental de Mujeres del Chocó y colectivos afrofeministas alzaron su voz para exigir que la paz no se negocie a espaldas de quienes han sostenido el tejido social en medio de la guerra. En sus intervenciones, visibilizaron problemáticas como el uso sistemático de la violencia sexual como arma de guerra, el reclutamiento forzado de niños y niñas, el control armado de los territorios colectivos y la exclusión de las mujeres en las decisiones comunitarias. Sus demandas no se limitaron a denuncias: propusieron rutas de reparación integral, sistemas de justicia restaurativa con enfoque étnico, y la protección de los saberes ancestrales como parte de la reparación simbólica.
El aporte de las mujeres a la Paz Total también se refleja en su capacidad organizativa y en los modelos de gobernanza comunitaria que han desarrollado históricamente. Muchas de estas mujeres han impulsado procesos autónomos de resolución de conflictos, de acompañamiento psicosocial, de memoria histórica y de justicia ambiental, demostrando que su enfoque de paz va mucho más allá del cese del fuego. Se trata de una paz con cuerpo, con tierra, con derechos. De una paz que incluye la recuperación de los territorios despojados, el acceso real a la salud, la educación intercultural, el agua potable y condiciones dignas de vida.
En este contexto, la Paz Total no puede limitarse a un diálogo con quienes empuñan las armas. Debe ser, sobre todo, un diálogo con las comunidades y una respuesta integral a las causas históricas del conflicto. Las mujeres afrochocoanas han demostrado tener propuestas concretas: desde escuelas populares de liderazgo, iniciativas de turismo comunitario, agricultura ecológica, hasta proyectos culturales que reafirman la identidad afro como forma de resistencia. Estas experiencias son semillas de paz real que deben ser protegidas, financiadas y replicadas por las políticas públicas.
No obstante, el camino hacia una paz con justicia de género sigue enfrentando retos estructurales. La falta de voluntad política en algunos niveles regionales, el desconocimiento institucional sobre los enfoques diferenciales, y la persistencia del racismo como forma de gobierno invisibilizan los aportes de las mujeres negras. Además, los mecanismos de participación muchas veces son formales, pero no garantizan incidencia real. Las lideresas se enfrentan a escenarios donde son escuchadas, pero no tomadas en cuenta; invitadas, pero no reconocidas como sujetas políticas con capacidad de decisión.
La Paz Total en el Chocó, vista desde los ojos y las luchas de las mujeres afrodescendientes, no es una utopía ni un discurso institucional: es una práctica viva que ocurre cada día en los barrios, los ríos, las veredas y los salones comunitarios. Estas mujeres han sostenido la vida en medio del abandono, han denunciado la violencia cuando nadie más lo hacía, y han sembrado esperanza allí donde la guerra quiso imponer silencio. Reconocer, proteger y fortalecer su liderazgo no es solo una deuda histórica, sino una condición esencial para que la paz tenga raíces en la tierra que pisan, en la cultura que defienden y en las generaciones que siguen. No hay paz sin las mujeres del Chocó.
Referencias
Centro Nacional de Memoria Histórica. (2020). Mujeres afrocolombianas: Las más afectadas por la violencia sexual ejercida por actores armados. https://centrodememoriahistorica.gov.co/mujeres-afrocolombianas-las-mas-afectadas-por-la-violencia-sexual-ejercida-por-actores-armados/
Defensoría del Pueblo. (2024). Alerta temprana de inminencia No. 024-24 para Quibdó. https://www.defensoria.gov.co
El Espectador. (2023). Diálogos de paz con el ELN: Fechas y momentos clave del gobierno Petro. Colombia+20. https://www.elespectador.com/colombia-20/paz-y-memoria/dialogos-de-paz-con-el-eln/
Fundación Ideas para la Paz. (2024). Especial multimedia: Paz Total. https://multimedia.ideaspaz.org/especiales/paz-total/index.html
InSight Crime. (2024, septiembre). Plan feminicidio: La nueva cara de la violencia criminal en Quibdó. https://insightcrime.org/es/investigaciones/plan-feminicidio-quibdo
Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz. (2023). Quinto informe de seguimiento al Acuerdo de Paz en Colombia. Universidad de Notre Dame. https://kroc.nd.edu
