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FORO CUBANO Vol 4, No. 28 – TEMA: ANÉCDOTAS II–

Nos vendieron una gran historia; compramos un mito

Por: Jhon Bayron Bedoya Sandoval[1]

Enero 2021

Vistas

El autor discute las distintas nociones personales que ha tenido sobre Cuba y como tras un ejercicio de reflexión logró deconstruir aquella idea utópica del sueño revolucionario.

En el universo educativo en el que he crecido, Cuba siempre ha sido un tema a tratar. Desde mi educación secundaria escuchaba a algunos de mis maestros hablar del éxito educativo y del alto nivel igualitario y de derechos que aparentemente se vive en la isla; al ingresar a la universidad a estudiar mi pregrado de historia, en el 2013, no fue una situación distinta.

Desde un año antes de mi ingreso a la universidad, Cuba empezó a tener mayor relevancia en Colombia al ser oficialmente sede de los diálogos de paz entre el gobierno colombiano de aquel entonces y la ex guerrilla de las FARC; en medio de esta coyuntura algunos profesores, amigos y colegas, motivados por conocer la realidad del proceso e intentar hacer un acercamiento con miembros de la mesa de diálogo, emprendieron un viaje a Cuba en distintos momentos durante los años 2013 a 2016.

Al regresar a Colombia de estos viajes académicos y de turismo, contaban los “grandes logros de la revolución”, las proezas de mantener la isla lejos del enemigo capitalista y la preservación de las construcciones y vehículos del siglo pasado; señalaban que era nuestro ejemplo a seguir en materia educativa y de salud.

Durante dos años, creí firmemente que ese sueño revolucionario del que me hablaban era posible y por demás necesario, en un país como el nuestro con constantes desigualdades. A mediados del 2015 inicié formalmente mis investigaciones sobre conflicto armado y derechos humanos, motivado en parte, por lo que sucedía en Cuba. Durante ese año algunas personas de mi círculo cercano fueron a La Habana, donde recibieron visitas guiadas a lugares “idílicos de la isla” y les enseñaban la historia que había tras ellos.

Como alguien curioso no podía dejar pasar la oportunidad de conocer lo que allí vieron y preguntarles, dado que nos movíamos en el mismo ambiente de estudios sobre conflicto, ¿por qué desde su punto de vista Cuba había sido la escogida para definir uno de los capítulos más importantes de la historia de nuestro país?

La respuesta permanente de los que considero los enamorados de la revolución, era que justamente allí encontraríamos los cimientos para construir nuestro nuevo camino social; otros, de tinte más radical, señalaban que debíamos emular el ejemplo de la revolución, tomando de ser necesarias las armas, si la situación lo ameritaba para hacerle frente al sistema desigual en el que vivimos y alcanzar el éxito cubano.

Lo anterior me condujo a conocer más de la revolución, de la que por entonces estaba enamorado, fueron constantes algunas preguntas: ¿Qué vieron? ¿Qué tan fuerte es la relación sociedad-gobierno? ¿Qué creen que fue lo más exitoso de todo aquello que produjo la revolución?

Recuerdo que de las múltiples personas con la que conversé, las respuestas de alguien a quien considerábamos un “duro de la academia” me dejaron más sorprendido, señalaba que vio un país exitoso con una sociedad poco sumida hacia modas extranjeras, me contó con felicidad que la relación sociedad-gobierno es fuerte y que las personas en su totalidad están conformes con el modelo y la forma de vivir que se les brinda; entre los éxitos de la revolución, señalaba que la organización era crucial, y que le pareció importante que dentro de la sociedad cubana existieran grupos civiles que se dedicaran a labores de espionaje al interior de los núcleos sociales donde se movían, para así encontrar a enemigos de la revolución; con asombro, y cierta emoción, narraba que algunos habitantes de la isla estaban preparados y entrenados para luchar con armas si la revolución se veía atacada.

Estas visiones de la isla chocaban con lo que yo investigaba en ese entonces sobre la realidad de Colombia, donde había comprendido, y vivido en carne propia, que las labores de espionaje entre vecinos conducían al aislamiento, desaparición y muerte de quien se consideraba enemigo interno de la causa, donde los grupos civiles armados habían ocasionado miles y miles de víctimas y que fue toda esa mezcla de factores que nos llevó justamente a negociar la paz para frenar parte de la exacerbada violencia que vive el país.

Al realizar ejercicios de reflexión, y guardadas las proporciones, entendí que esta visión utópica de la revolución no podía ser al escuchar esas cosas, un modelo perfecto a seguir por un país con índices violentos como el nuestro. Esto a su vez me llevó a investigar sobre la realidad cubana y dejar de escuchar las visiones románticas e iniciar un diálogo entre distintas miradas; aquí se quebró mi enamoramiento y entendí una realidad que hoy es innegable, su revolución al igual que la revolución que nos plantearon las guerrillas en Colombia, no era la salida a las urgencias sociales.

La revolución se me había vendido como un exitoso modelo que empezaba a agrietarse; escuchar a investigadores cubanos exiliados me permitió entender la otra cara del “exitoso modelo educativo y de salud”, de entender que ello no es más que un mito revolucionario que vive en la mente de los románticos, me permitió entender la difícil situación de la libertad de expresión de académicos y artistas de la isla. Al escuchar voces que han sufrido el desarraigo de la isla comprendí que la relación sociedad-gobierno no se debe al compromiso por la causa revolucionaria, sino por la necesidad de subsistir en un país donde casi todo lo regula el gobierno.

Hoy pienso que la revolución que nos vendieron a muchos en la academia ha sido más un mito que una realidad; desde hace un par de años el sueño de la revolución bolivariana, hija para muchos académicos de la cubana, se ha venido fragmentando; esta tesis de la otra revolución que no fue, la he venido comprobando con mis pares venezolanos que hoy viven un presente de censura, violencia y desarraigo, no muy lejano a la realidad que viven y vivieron académicos y artistas en la isla.

Con el paso del tiempo entendí que en nuestro país hay tres visiones de Cuba: la de los enamorados de la revolución, la de los extremistas que quieren hacerla, incluso por la vía armada, y la de los que se oponen a la misma y exponen las falencias del sistema cubano de hoy.

Es paradójico que, en ciertos escenarios académicos de nuestro país, señalen de alineados al “imperialismo” a quienes estudian Cuba desde miradas diversas, y que algunos académicos que en nuestro país se catalogan como guardianes de los derechos humanos, defiendan a capa y espada un modelo que visiblemente ha llevado al exilio y la vulneración de los derechos de muchos en la isla. Fuera de los márgenes de Cuba y por toda América aún corre el mito de la revolución, pero hoy ese hecho histórico lo entiendo de otra manera.

[1] Historiador, Universidad      de      Caldas.      Estudiante    de    Maestría    en    Política    y     Relaciones     Internacionales, Universidad   Sergio Arboleda.

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