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TEMA: AMÉRICA LATINA

Lecciones de (post) guerra fría desde Venezuela: de la ‘A’ a la ‘F’

Guaidó y el aparato propagandístico de izquierda global

Por:  Alejandro Cardozo Uzcátegui

Noviembre 2019

1. Claroscuros

Las guerras frías, entendidas como un juego de estrategia, disuasión y faroleo, son una mezcla de legitimidad con poder. La legitimidad a solas no logra establecer incentivos para sentar a negociar al enemigo; y el uso exclusivamente del poder supone el desacompañamiento de aliados, una opinión pública adversa, la neutralización –o radicalización– del aparato de propaganda y, posiblemente, la destrucción de una de las partes.

Al situar en un plano de diseño de estrategia a la oposición política de Juan Guaidó y sus aliados frente a Nicolás Maduro y los suyos, vemos como el primero ha malogrado la lógica de enfrentamiento con el segundo. Acaso por subestimación del adversario, incompetencia, inexperiencia, desiderátum o compromisos de orden moral con el establishment de la izquierda global. 

I) Por subestimación del adversario: a) Maduro no está aislado en el mundo, ni retraído en la región, como plantea el relato mediático de Guaidó y parte de la oposición venezolana; b) el aliado estratégico de Maduro es Eurasia y Oriente (Rusia, Bielorrusia, China, etc.): países anti-OTAN, con poder atómico, alta capacidad de inversión geopolítica (amplios créditos para el rearme de Venezuela, para proyectos industriales y para el “socorro” de la industria petrolera venezolana), beligerantes o revisionistas del orden global occidental, y con un peso específico en el balance de fuerzas; c) un Estado como el venezolano, aparentemente débil, que intimida en su espacio aéreo (con un desvencijado cazabombardero Sukhoi Su-30) a un avión de reconocimiento estadounidense, no es un Estado débil (evento del 19 de julio de 2019).

II) Por impericia diplomática, internacional: d) a Maduro le afecta poco Latinoamérica[1] -por ende  el Grupo de Lima- la región solo le interesa tácticamente, como nicho natural de diplomacia pública relacionada con eventos políticos que puedan serle útiles (reveses electorales de sus enemigos regionales y victorias de sus aliados, rearme de las FARC, focos de rebelión urbana -Santiago de Chile-, reorganización del aparato de izquierda tipo foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla); e) Por su parte, Juan Guaidó se ha visto prisionero de la fuerte carga simbólica que supone para el imaginario político sus aliados “irreales” –es decir, inoperantes– de Europa Occidental. Países como Noruega, Francia, Dinamarca, Alemania o Suecia que son profundamente democráticos y con un preponderante peso de legitimidad política en el sistema internacional, tienen fortísimos aparatos culturales de izquierda (una suerte de vanguardia de “progresía mundial”) y por tanto, son enemigos de Trump y Bolsonaro, los aliados “reales” –es decir, operativos– de Guaidó, que este desatiende por las posturas progresistas y simbólicas de aquella izquierda esnobista.

III) Por desiderátum: f) Guaidó asume que la condena -teórica y moral- de estas democracias occidentales, progresistas y profundamente “correctas”, es suficiente arsenal -junto con movilizaciones internas- para la desmembración del régimen de Maduro. Que el deseo y la aspiración, comprendidos en la pose oficial de los 54 países que lo apoyan, bastan para desarticular a un gobierno pragmático como el madurato, que ha invertido su riqueza petrolera y mineral, en un bono geopolítico de seguridad estratégica a largo plazo con Rusia y China.

2. El anti-aliado

Los puntos anteriores conducen a registrar los desatinos de un líder político que poco quiere entender el tablero mundial y la historia reciente de su configuración actual: desconocer a sus aliados reales, entre ellos a Estados Unidos, es rechazar la única cuota de poder –influencia, autoridad y favor– que se pudiera transferir a su juego de mera legitimidad; sin embargo, como la amistad de Trump es embarazosa para Guaidó -porque es inaceptable para la progresía mundial-, el guaireño llanamente la embauca.

Un ejemplo de lo anterior: el Departamento del Tesoro estadounidense está considerando sancionar a España por su apoyo al régimen de Maduro (Bloomberg, octubre, 2019), la respuesta de Guaidó es negar por Twitter los motivos de tal amenaza a España desde la Casa Blanca; a pesar de que las tramas de corrupción más escandalosas del chavismo-madurismo han ido a dar a España como refugio financiero y operativo. Los fundadores de la red milmillonaria más densa de la historia de la corrupción venezolana, se teje y blanquea en España: Derwick Associates[2]. Este es el motivo de Estados Unidos para examinar y presionar al sistema español. Guaidó no consiente esa historia y desinfla la iniciativa de Estados Unidos.

Sin embargo, si Guaidó, con toda la legitimidad normativa que se le enviste por las causas justas y la ley –su único instrumento-, desconoce la acción de su aliado más influyente ¿cómo es su ajedrez en esta guerra de claroscuros? Es como si Cuba hubiera renunciado al apoyo de la URSS durante la crisis de los misiles, en 1962, por haber violado su constitución, pues la puso en riesgo de guerra; o que el daño ocasionado por Israel a Richard Nixon y su política global de la Détente, hubieran motivado un desvío de las estratégicas relaciones Washington-Tel-Aviv en el Medio Oriente. Sin aliados no se ganan campañas militares ni políticas, mucho menos políticas.

 

3. Estropear el escenario

Guaidó llegaría más lejos con la Colombia de Iván Duque que con la Suecia de Greta Thunberg.

Sin aliados no se ganan guerras y no se fraguan hegemonías políticas, y Guaidó prefiere mantener un razonamiento político antinatura en un mundo controlado por el complejo aparato de izquierda de postguerra fría (¿progresista? ¿Esnobista? ¿Posmoderna?). Greta Thunberg, la activista sueca, apoya las revueltas de Chile, y califica de horrible las medidas se seguridad ciudadana de Piñera: “Mis pensamientos están con la gente de Chile. Horrible seguir el desarrollo de los últimos días” (octubre, 2019), mientras la horrible represión de Piñera asciende a ocho caídos, en las protestas contra Nicolás Maduro, los muertos en Venezuela escalan a 250 (Provea, 2019). Sin embargo, a Greta no le interesa una diáspora de más de 4 millones de venezolanos por las condiciones de vida del madurato; tampoco le llama la atención el arco minero, que es la devastación de la amazonia venezolana, sin contraloría medioambiental de ningún tipo, ni el envenenamiento de uno de los afluentes de agua dulce más grandes del mundo con mercurio, ni la aniquilación de flora, fauna -y poblaciones originarias- para poder saldar con oro, diamantes y coltán, el déficit presupuestario de Maduro. Pero es que el apocalipsis depende de quien lo explique.

¿Qué dirá Greta del gobierno de Bolsonaro? ¿Lo culpará del incendio del Amazonas brasileño? ¿Y del gobierno de Iván Duque? Algo dirá -suponemos por la narrativa recurrente- sobre las fumigaciones de glifosato. Greta es el producto más obvio y evidente de la maquinaria de propaganda de la nueva izquierda, y esa nueva izquierda esnobista es promaduro, procastro y prolula; es antitrump, antibolsonaro y antiduque; es la izquierda que dicta cátedra y evangelio en casi una veintena de los países que apoyan tan simbólicamente a Guaidó, y él, casi reverencialmente, se inactiva por ellos.

Por esa pose, postura, convención política ¿forzosa? Guaidó ha sido impreciso con sus alianzas reales. Operadores suyos, tras la maniobra de ayuda humanitaria en la ciudad de Cúcuta en febrero de 2019, desviaron dinero destinado al socorro de centenares de miles de venezolanos en la frontera ¿Cómo queda la imagen doméstica del presiente colombiano ante eso? En el mismo escenario, se cuelan en la opinión pública, y al complejo propagandístico de izquierda progresista, unas fotos de Guaidó con supuestos paramilitares colombianos llamados “Los Rastrojos”. Semejante error de cálculo y de asesoría política no lo cometen con los noruegos o con los canadienses.

La actividad de diplomacia pública de Guaidó con Duque y Bolsonaro está minimizada a lo inapreciable, no hay pronunciamientos conjuntos, intimidaciones legítimas, ni disuasión creíble de escenarios de fuerza –tan recurrentes en la diplomacia de Guerra Fría– de un quimérico acuerdo de Guaidó con las democracias brasileño-colombianas, las democracias fronterizas de Venezuela. Guaidó dice –desatinadamente– que Maduro está aislado, pero él no lo arrincona con el verbo y la acción política con sus aliados vecinos, los únicos que tiene.

 

Finalmente

Guaidó ha tenido victorias coyunturales: a) logró que el madurismo admitiera al Parlamento que él preside, al sumarse la facción oficialista a la plenaria; b) asimismo Rusia reconoció al órgano legislativo legítimo, y excluye el juego paralelo de Maduro, una arbitraria Asamblea Nacional Constituyente; c) logró que Michelle Bachelet (alta comisionada de los DDHH de la ONU) actualizara su informe pasado sobre las violaciones de DDHH en Venezuela, para concluir que aquello ha empeorado, con lo cual abrió una oficina de observación permanente en Caracas; sin embargo d) Venezuela ¿paradójicamente? logró convertirse en un Estado miembro del Consejo de DDHH de la ONU para el período que inicia en enero de 2020 –la maquinaria de propaganda parece invencible–; e) en enero de 2020 a Guaidó se le acaba el período como presidente del Parlamento, por consiguiente la condición de presidente interino de Venezuela, el núcleo de su estrategia de legitimidad sin fuerza; f) Nicolás Maduro está al tanto de todo lo anterior: activó el dispositivo propagandístico mundial en Sao Paulo y en Puebla para que realizara la tarea de calle en Ecuador y Chile, el trabajo de movilización electoral en Argentina, Bolivia y, acaso, tal vez, en las municipales de Colombia.

La izquierda está seriamente organizada desde 1917, tal como dijo George Kennan en 1985 -palabras más palabras menos- el movimiento de izquierda mundial es, a la sazón, el más disciplinado de todos.

 

[1] La relación de Maduro con Cuba es de otro orden, uno superior: Cuba es la central de inteligencia política del gobierno de Caracas y desde ahí se despliega una estrategia específica para Venezuela, y general para Latinoamérica-El Caribe.

[2] Un dato sobre la bienvenida española a la red venezolana de corrupción: en 2016 se le concedió el premio al “Capital a la Mejor Iniciativa Iberoamericana” en España a Derwick Associates. Desde el año pasado toda su directiva está solicitada en Estados Unidos por blanquero de capital, tráfico de influencias, sobornos, entre otros cargos.

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