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FORO CUBANO Vol 3, No. 23 – TEMA: BLOQUEO ECONÓMICO –

La transmutación de la poesía

Por: Sergio Alzate

Agosto 2020

Vistas

En el pasado los científicos buscaron el secreto de la alquimia: convertir metales vulgares en oro o de crear el elixir de la vida eterna. Más allá de eso, la alquimia es un campo interesante de análisis porque su principal función era transmutar algo en otra cosa y trastocar los órdenes establecidos. En ese sentido, era encontrar un asombro en un pedazo inútil de hierro que, tras arcanos químicos y mágicos, podía convertirse en una pieza de oro valiosa. O, en el caso más extremo, convertir la muerte en una extensión de la vida al anular la putrefacción de la carne y reemplazarla con el asombro de la eternidad.

 

Un poco como la alquimia es la poesía: es la búsqueda del asombro. El poeta (alquimista, para seguir el símil propuesto) tiene en sus manos la capacidad de transformar lo cotidiano en algo más. Así, el mar, el cielo, la naturaleza, las partes del cuerpo humano, el amor, el odio, la melancolía, los animales y todo lo que conforma el mundo tiene un tratamiento nuevo y completamente diferencial a través de metáforas, metonimias, ritmos, silencios, adjetivos, sustantivos y demás procedimientos estéticos. Dos poemarios de dos autores cubanos siguen esa estela de transformación. El primero es “La masacre de las palabras” de Marien Fernández Castillo. El segundo, “La moto de Don Quijote”, de Abu Duyanah.

 

 

De lo bucólico a lo industrial: la transmutación de lo orgánico

 

Marien Fernández Castillo es oriundo del municipio cubano Yaguajay. Es especialista en la vida y obra del revolucionario Camilo Cienfuegos. Es, además, un performer para quien la teatralidad de los actos, las palabras y los símbolos es crucial. No en vano, se auto denomina un text joker, lo cual, en una traducción literal y reduccionista, podría leerse como el bufón del texto. Sin embargo, una lectura más correcta sería la de la figura arquetípica del trickster o embaucador (aunque no en el sentido literal del engaño).

 

El escritor y mitólogo Joseph Campbell creó diferentes categorías de arquetipos narrativos los cuales, según su propuesta, estaban presentes en todas las historias. Hay un héroe, que salvará el día, una princesa, que necesitará ser rescatada, un amuleto, que dará un poder desconocido, unos ayudantes, que le facilitarán la vida al protagonista, un villano, que hay que derrotar, etc. Entre ellos está el trickster cuya misión no está signada por valores de bien o mal, porque sus códigos morales escapan a estas categorías binarias. Es un personaje más allá del sistema que crea su propia ética (cambiante según las situaciones) y trastoca las convenciones. No es rebeldía por rebeldía: es la gesta de otras posibilidades y otros mundos por llegar.

 

En “La masacre de las palabras”, Fernández Castillo sigue con esta filosofía al plantear un paisaje en el que tanto lo bucólico como lo industrial no solo coexisten o colindan, sino que se amalgaman, rechazan, se encuentran y se confrontan para crear nuevas formas de entender la naturaleza, la corporalidad y los sentimientos. Esta transmutación no se queda únicamente aquí, porque la subversión del deseo heteronormado a uno más cercano a las identidades queer está presente y cambió el acto de contemplar.

 

Por ejemplo, el poema “Curujey” propone una simbiosis (no literal, sino estética y simbólica) entre la represa de un castor y la depredación de concreto de las ciudades neoliberales: “El castor en sus viles aislamientos/ lame lechos en el Anita’s Center/ Los diques construidos por estos bichos,/ tropicales asiáticos,/ han venido a destronar la economía de los polos/ en el Anita’s Center./ Retumban en el Represatorio./ Le dan la bienvenida a los turistas/ que llegan para ver los diques:/ dejarse inundar la madriguera/ con las funciones de la Grial de Estonia”. Es la naturaleza que se repliega sobre sí misma para convertirse en espectáculo, donde el verde es reemplazado por verde neón y la represa deja de ser una represa para ser un edificio rotundo y turístico.

 

Ese es el tono general del poemario. Una constante interrogante por los espacios y los límites: “Ideemos los lindes/ el cosmos languidece/ probar sin sabor un remolino/ más cerca al pasto, al cristal”. No solo del mundo, sino del cosmos del cuerpo: “Ser, es mirar la cicatriz:/ ser la cicatriz”. Y de esa tensa relación entre espacialidad y existencia: “La urbe le manosea la bragueta a la vida”. Mientras el poeta se ríe de las convenciones poéticas y sus lugares comunes: “Los literatos se abrevan sus smokings/ Se acurrucan cartesianos”. Los poemas que componen “La masacre de las palabras” están en algunos casos acompañados por ilustraciones de Julio Llópiz-Casal. Estas son interesantes, pero se ven más como un agregado a último momento que como una hibridación lógica con lo poetizado.

 

 

Del silencio a los murmullos y de ahí a los gritos: la transmutación del sonido

 

Abu Duyanah nació en Manzanillo, Cuba, en 1984. Su nombre de nacimiento es Niovel Alexander Tamayo Formén, pero firma con su nombre islámico. Es presidente de la Asociación Cubana para la Divulgación del Islam, es escritor, poeta, crítico literario y periodista. Y es autor de “La moto de Don Quijote”.

 

Este poemario tiene una vocación de ruido (el mismo título apela a la moto, vehículo ruidoso, y a Don Quijote, un hidalgo afiebrado que no para de hablar). La posición del libro es clara: a través de algunos de los poemas, contrapone las palabras al silencio que el gobierno cubano ha impuesto a sectores. Esta afirmación no es casual: Duyanah compara a los oficiales y escritores afines al Partido Comunista Cubano con zombis, criaturas que solían ser humanas pero que, por un motivo u otro, perdieron esta condición y con ella varias facultades, entre ellas la del habla, reemplazada por gruñidos y sonidos guturales.

 

“Un fantasma recorre la isla [parodia al “Manifiesto del Partido Comunista”]/ arrastra sus pies de zombi putrefacto/ por tertulias y piñas literarias/ El fantasma de la mala poesía/ Y la isla gime/ de dolor/ nunca de placer/ a veces odio/ Los malos poetas/ secuestraron la poesía/ para llenar espacios/ de un sucedáneo con olor/ a cadáver muerto grande/ mal enterrado/ a fosa con dolores de estómago/ a basurero de burgueses rancios/ donde reina un esquirol”. Así empieza el poema titulado “Radiografía del poema”.

 

Sin embargo, cada poema tiene una parte más a su nombre: “Track”. Porque “La moto de Don Quijote” está concebido para ser leído como si de un álbum musical fuera. Son cubano punk interpretado por un Bukowski caribeño que hace parte de la fe del Islam. En total son 19 temas, más un bonus track y un hidden track. Abu Duyanah, entonces, no solo quiere poetizar La Habana, sino musicalizarla a veces con amargura (“porque a la era/ la volvieron a violar”), a veces con humor (“Más de uno que sueña con ser poeta/ acosando sin pena al diccionario/ y cumplen con todo lo necesario/ que amerita ser bicicleta”), en ocasiones con una fría introspección (“Cumpliendo la orden/ profané los caminos/ obligando a las piedras/ a cargar con sus caries”) y a ratos con irreverencia (“aunque no dudo que otros/ con una segunda opinión/ recomienden en este caso/ lo mejor es un enema/ de alambre de púas/ a toda velocidad”).

 

Como última anotación, se podría caer en la tentación y el prejuicio de que, al ser un escritor de una fe particular, su poemario sería reacio a tocar ciertos temas. Todo lo contrario, en “La moto de Don quijote” gritan el sexo, el licor, la música, la rabia, el erotismo, el amor. En fin, las cosas que componen la vida.

 

Referencias

 

Duyanah, A. (2020). La moto de Don Quijote. La Habana, Cuba: Editorial OnCritika.

Fernández, M. (2020). La masacre de las palabras. La Habana, Cuba: Editorial La Maleza.

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