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FORO CUBANO Vol 6, No. 52 – TEMA: LECCIONES PARA EL SOSTENIMIENTO DE LA DEMOCRACIA

La neurociencia en la democracia
¿Un reto para las instituciones electorales?

Vistas

Por: Julián Loyo-Helo

Enero 2023

La democracia juega un papel determinante como forma de organización política y social. Sin embargo, durante los últimos tiempos se ha visto una desafección a la democracia. El presente ensayo explica la importancia de incorporar estrategias para fortalecer la democracia, identificando comportamientos que alejan a los ciudadanos del sentido esencial de la democracia, por la influencia de contenidos que la relativizan. Algunos comportamientos están asociados a prácticas contrarias a la democracia, -denominados síndromes- y que sólo pueden ser explicados desde la neurociencia, particularmente, en el campo de la neuropolítica; ya que la influencia de las prácticas tradicionales entre las comunidades se ha enraizado de manera profunda. Adicionalmente, los medios de comunicación tradicionales, y medios digitales (plataformas digitales), están agudizando síndromes en los patrones de comportamiento en detrimento del régimen democrático. Como conclusión, se establece la necesidad de incorporar programas de fortalecimiento de la cultura democrática, diseñados con un enfoque de la neuropolítica.

Entrada 

Es innegable que la COVID-19 modificó sustancialmente las agendas públicas. El entorno global, regional y nacional las ha impactado de manera directa y ha modificado los patrones de comportamiento, por tanto, a través de estas reflexiones se ofrecen soluciones prácticas para que las instituciones electorales y gobiernos, tomen decisiones públicas con un enfoque capaz de interpelar la adversidad y con base en la democracia como modelo. 

Considerando que individual y colectivamente existe un incalculable número de prácticas sociales que se reproducen mediante patrones de comportamiento ; que las relaciones sociales son relaciones de poder, elemento inmanente de toda relación política; y que existe una estructura social que genera autorregulación capaz de desarrollar  prácticas políticas, indistintamente del régimen político del que formen parte; además, desde el punto de vista antropológico hay aspectos simbólicos, culturales y políticos determinantes para cualquier sociedad.

El presente trabajo tiene como hilo conductor a la neurociencia en la democracia, correlacionando los procesos cognitivos de los individuos o comunidades con el régimen político; el propósito es explicar los síndromes en la conducta de comunidades políticas asociadas a prácticas no democráticas. Tratando de contestar la pregunta ¿Para qué sirve la democracia en el contexto actual?

Se distingue al individuo en dos planos: como “ser social” y como “ser mental-cognitivo”. En el primero, desde la sociología clásica, se explica las formas de comportamiento; en el segundo, a partir de la neurociencia, se explicarán comportamientos antidemocráticos que se propone llamarles síndromes; en éste  último se concentrarán los mayores esfuerzos; en paralelo como resultado del análisis, se plantea un primer esfuerzo para estructurar una estrategia a las instituciones del Estado promotoras de la cultura política democrática, especialmente a las instituciones electorales, a partir de  conocer procesos mentales cognitivos que se han identificado en el campo de la neuropolítica. - No sin antes advertir que, en varios contextos se presentan dos problemas: la democracia es imperceptible por la falta de conciencia política, poniéndola en riesgo y segundo su relativización (relativismo político)-. 

De la neurociencia a la neuropolítica

De acuerdo con el diccionario clínico de la Universidad de Navarra, el término neurociencia se define como “f. Conjunto de disciplinas que estudian el sistema nervioso desde diferentes puntos de vista: neuroanatomía, neurofisiología, neuroquímica, neurofarmacología y neurología”.

De acuerdo con Stefany Arteaga Márquez (2018), con el concepto tomado del estudio “Introducción a la historia de las Neurociencias hasta finales del Siglo XIX”, alude que “Este término se ha extendido en relación con la revolución terapéutica, que provocó la psicofarmacología en el campo de la psiquiatría y con la introducción de nuevas técnicas, que han hecho progresar los conocimientos sobre el sistema nervioso central (SNC), su funcionamiento normal y su patología” (Arteaga, 2018). 

Más adelante, la misma autora afirma que “la neurociencia utiliza datos de diversos orígenes, subrayando tanto los puntos de vista morfológicos y fisiológicos como los de la bioquímica, la genética y la biología molecular, así como los resultados de las múltiples técnicas de exploración funcional de la actividad cerebral, desde la electroencefalografía hasta las llamadas técnicas por la imagen (Arteaga, 2018, p 194).

De modo que “la neurociencia se ha convertido (…) en un área de interés para todo aquello relacionado con la conducta y la cognición, y se considera una base útil para comprender disciplinas tan diversas como la educación, psicología, la economía” – y para efectos del presente trabajo, - La Política.

Por esa razón y tomando como base el concepto, aceptamos como referente la siguiente definición en la que señala que “las neurociencias, en particular las cognitivas, estudian el funcionamiento del cerebro humano y sus relaciones con la conciencia” La neuropolítica se abre paso como una nueva disciplina de las neurociencias (…) capaz de comprender cómo actúa el cerebro de los seres humanos en su condición de ciudadanos, electores o activistas frente a los estímulos (Gutiérrez- Rubí, 2012).

 

Patrones de comportamiento de las comunidades políticas 

Analizando el problema tenemos que, las sociedades -nuevas generaciones nacidas a finales del siglo XX- no tienen conciencia del costo de lograr, preservar y consolidar las instituciones, el Estado de derecho y la justicia. Sólo basta mirar con responsabilidad y plena (conciencia) conocimiento reflexivo la realidad el siglo pasado -la Primera y Segunda Guerra Mundial. 

Un adagio clásico reza que “la salud no es conocida hasta que es perdida”. Así el orden institucional, la paz social y la democracia no será conocida y valorada hasta que sea perdida o se encuentre en un grave riesgo, de ahí la relevancia de preservarla como Razón de Estado. La cual, no debe soslayarse por una lucha de intereses. El modelo democrático mínimo y la gestión electoral efectiva son elementos indispensables para preservar la estabilidad del sistema político y certeza del régimen democrático. 

La adversidad debe enfrentarse mirando el bien común; la improvisada política, ha llevado a caminos equivocados con políticas regresivas y distópicas que promueven agendas que sustituyen políticas con enfoque de biopoder, es decir, (MacNabbo, 2020) gestión política de la vida, por necropoder, un poder no de la vida sino de la muerte o al menos de lo que Giorgio Agamben, llama la nuda vida. De modo que, la creciente degradación del cuerpo social es la consecuencia de la creciente desigualdad estructural, por esa razón, se debe tener claridad que el modelo democrático, el sistema electoral y de partidos son medios eficaces para la estabilidad y la justicia. 

Hay procesos, poco visibles, que se presentan en la vida cotidiana; carecen de un significado por parte de los individuos, porque estructuralmente están determinados o son preexistentes en el contexto social. La democracia es uno de esos procesos poco visibles, que carece de sentido y significado en el desempeño de las tareas ordinarias en los espacios de la vida social. Llamaré a este proceso la -democracia oculta-.

La democracia es oculta para varios segmentos poblacionales que carecen de conciencia de los procesos históricos, pues no todos están obligados a conocer la genealogía democrática y no todos todo el tiempo piensan en la polis como centro de sus vidas. Por tanto, esa carencia es inherente a los procesos de socialización, es decir, al proceso de adaptación de los individuos a las normas de comportamiento social que provienen del contrato social.  

El segundo problema, el relativismo como “teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce” (RAE, 2020). Ese relativismo ha provocado serios problemas epistemológicos, principalmente, en el campo de las ciencias sociales. El relativismo en política, en nuestro tiempo, nos tiene en una delicada situación en la que cada individuo interpreta las realidades a su manera y conveniencia. De modo que, los conceptos están expuestos a la manipulación. En palabras de Tezanos (2002), la democracia, inauguró un nuevo modelo de sociedad en la que todos somos señores. En la ciencia política se ha ido descubriendo su progresividad para explicar realidades complejas, por tanto, hay verdades absolutas tanto de técnicas cuantitativas como cualitativas. En el ensayo se demostrará, implícitamente, que Estado y Democracia son dos verdades que tiene como fin último, el bien común.

Es muy importante mencionar que algunos patrones son modelados por el acervo de conocimientos de los individuos, y otros patrones, son determinados por la influencia de agentes externos. Los citados agentes externos son, principalmente tres: discurso, medios de comunicación tradicionales (radio, televisión, prensa escrita) y medios digitales (plataformas sociales). Aunque es muy pronto para demostrar que los patrones de comportamiento son modelados por los agentes externos, es inobjetable que con la pandemia de la COVID-19 incrementó la conectividad digital ; por lo tanto, varios procesos de socialización y control poblacional se han acelerado de una manera imprevista.

En consecuencia, la facilidad y efectividad para transmitir mensajes y contenidos prediseñados a la mente de los públicos segmentados, es una realidad. Cualquier tipo de comunicación institucional, implica una enorme responsabilidad social, con ella, no sólo se dan a conocer actividades institucionales -gobierno u organización-, sino que se influye de manera directa en las prácticas y comportamientos de la sociedad. Lo anteriormente citado, es otra consideración, por la cual se justifica el enfoque de la neurociencia en la democracia, al correlacionar el “ser mental”, con el “ser social”, para explicar los síndromes que se manifiestan en algunos regímenes políticos. 

Sí la neurociencia en la democracia es determinante para explicar prácticas sociales, que derivan en síndromes que legitiman o no regímenes políticos, entonces la democracia se encuentra en grave riesgo ante la influencia de los agentes externos, por lo que, las instituciones del Estado deben adoptar estrategias, apoyándose en la neuropolítica, para promover la democracia como estilo de vida, a través de la promoción de la cultura democrática. 

 En situaciones de riesgo o amenaza al régimen democrático, las propias instituciones deberán establecer medidas que contrarresten cualquier tentación antidemocrática. La sociedad en su conjunto con conciencia plena de la democracia, debe ser centinela y protagonista de la preservación del régimen democrático. 

Por fortuna existe una amplia bibliografía acerca de los procesos sociales y teorías sobre el comportamiento de los individuos. La autora Stefany Arteaga Márquez (2018), refiere que ‘desde 1877, Charles Pierce, el fundador del pragmatismo y padre de la semiótica moderna, publica un análisis acerca de la conducta de la población frente al mensaje de la autoridad política (Arteaga, 2018: 189). Algunas otras escuelas de pensamiento han realizado notables contribuciones, no obstante, se prescindirá de esas valiosas aportaciones para concentrarme, en uno de los autores que considero indispensable para el objetivo aquí planteado: Michel Foucault . 

En sus estudios y análisis de diversos fenómenos encontramos dos conceptos básicos: el discurso  y prácticas sociales de exclusión . El pensamiento de Foucault, explicado por el profesor MacNabb  alude que “en el lenguaje de Foucault, se trata de internalizar normas, con lo cual el grado de control expande exponencialmente” (…) de uno mismo adoptando ciertas creencias por cuenta propia” (MacNabb, 2020). 

Los argumentos en relación a los mecanismos de control en sociedad disciplinaria, tienen una importancia significativa para comprender que, cualquier interacción social es una relación de poder que permite la imposición de normas, escritas o no, que no sólo controlan la conducta de los individuos, sino que los clasifica de acuerdo a características de un patrón conductual. Por lo que, el discurso es un importante recurso de dominación.

El presente trabajo ofrece cinco hallazgos, resumidos, que provienen del observaciones históricas y observación directa en comunidades políticas digitales, que explican prácticas sociales que derivan en síndromes en el comportamiento político y ofrece una explicación, a fenómenos sociales vinculados con la democracia, la participación y la elección pública de los ciudadanos respecto a sus gobiernos.

En primer lugar, los modelos de democracia están determinados por la cultura política e influenciados por el acervo de conocimientos y agentes externos (medios de comunicación, discurso, prácticas sociales); en segundo lugar, los sistemas institucionales como el sistema electoral y sistema de partidos e instituciones electorales son variables determinantes para la estabilidad social y política de un régimen político. Sin embargo, para el “ciudadano promedio” son imperceptibles, porque carece de conciencia política plena y generan resistencia a la autoridad.  

En tercer lugar, el relativismo en política “relativismo político” genera interpretaciones equivocadas y dificulta la consolidación democrática, cuestionando la gestión electoral de las instituciones porque existe disonancia cognitiva entre la realidad y pensamiento. Es decir, una incompatibilidad explicada desde la neurociencia.

 Cuarto, los procesos cognitivos determinan pensamientos y comportamientos de ciudadanos. El poder político constituido -gobierno- busca el control de las comunidades para preservarse, instalan narrativas que permiten modelar comportamientos. Hay poderes constituidos que no necesariamente promueven una cultura política democrática, por tanto, es tarea de las instituciones del Estado, promover estrategias que internalicen en el pensamiento de los ciudadanos las virtudes democráticas y sus beneficios. 

En este sentido, las instituciones electorales deberán profundizar en estudios que permitan diseñar estrategias para socializar los contenidos exaltando las virtudes de la democracia. Las instituciones, en particular las electorales, deben diseñar programas de cultura democrática con protocolos de actuación con enfoque de estimulación cognitiva integral, para prevenir prácticas contrarias a la democracia para prevenir síndromes en las conductas sociales colectivas. Es precisamente, con este enfoque en el que la neuropolítica adquiere elevada relevancia. Se escribe este trabajo con la convicción y la esperanza de que, si las instituciones públicas y privadas, primordialmente las electorales, consideraran los elementos de análisis de la neurociencia en la política, posiblemente las comunidades políticas tendrían verdadera conciencia democrática, actores políticos con vocación democrática, incremento en la participación electoral por encima del promedio histórico, pleno respecto a las leyes, conciencia del contrato social que implica, el aseguramiento de derechos humanos fundamentales de otros que no lo son. Pues, el Estado impone límites legítimos para garantizar la salud del cuerpo social.

Finalmente, el comportamiento se materializa en “pequeñas” comunidades políticas que derivan en una acción colectiva (fenómeno social). Desde el 2006, cuando empecé a analizar los procesos políticos hubo conciencia que para ofrecer consideraciones y conclusiones válidas, era necesario observar con precisión histórica lo que ocurría en otros contextos, un recurso para lograrlo fue la lectura de la cuarta edición de World Encyclopedia of Political Systems and Parties. 

El sistema democrático y modelos de participación ¿Para qué sirve la democracia?

Es preciso recordar que en el pensamiento de Aristóteles la democracia engendra peligros invisibles; puede ser una enfermedad mal diagnosticada o un estado saludable mal diagnosticado “esta forma de democracia, no obstante, es menos mala que la tiranía (Aristóteles, 2005, p 234). De modo que, se reconoce que la democracia tiene virtudes políticas que aún deben ejercitarse a efecto de comprobar, históricamente, que es un régimen de gobierno con mejores resultados que las oligarquías o dictaduras. 

Los sistemas democráticos con la crisis sanitaria de la COVID-19 enfrentan el reto más grande del primer cuarto del siglo XXI. Las consecuencias estructurales negativas son multidimensionales; sin embargo, hay tres predominantes: salud pública, la económica en su escala macro y micro, la social y política. Por tanto, la sociedad en su conjunto se encuentra en un momento de fragilidad extrema, en circunstancias inhóspitas, los Estados nacionales rebasados para garantizar el mínimo de bienestar social a causa de una lenta respuesta, y en algunos casos, incapacidad institucional; con tales hechos de fondo, los regímenes políticos, indistintamente de su forma de gobierno e ideología, son severamente cuestionados por ineficacia. Como consecuencia, hay necesidades sociales apremiantes que deben resolverse, germinan liderazgos políticos (demagogos), ofreciendo salidas fáciles a problemas altamente complejos, y que pueden sustituir la democracia por democratismo , convirtiéndose en una amenaza los sistemas democráticos. 

Ramón Máiz (2004), clarificó que entre los años veinte y cuarenta del siglo XX (1920-1940), los debates en torno a la democracia se centraron en su valor normativo; entre los años setenta y ochenta (1970-1980) el foco de atención se trasladó hacia las precondiciones económicas y sociales de la democracia y su relación con el mercado; a finales y principio de siglo (2000-2004) el panorama se mostró abigarrado, se instaló en el debate la diversidad y variedad de la democracia.

Por razones históricas, se puede concluir que entre las últimas dos décadas (2000-2020), los modelos de democracia han buscado su consolidación, empero, una constante en los procesos es el cuestionamiento ¿Para qué sirve la democracia? En el continente americano, a excepción de Estados Unidos que no es objeto de estudio, la mayoría de los países han experimentado procesos pendulares, cíclicos y contracíclicos en sus regímenes políticos. 

El continente americano, históricamente, experimentó transiciones políticas que determinan su presente y futuro. A partir de la década de los ochenta, en América Latina los científicos sociales Hans Jürgen (2004), Juan Linz, Philippe, Schmitter, Al Stepan, Guillermo O’ Donnell, realizaron estudios sobre las transiciones políticas; analizaron la transición de regímenes autoritarios civiles y militares a regímenes democráticos, posteriormente, se avanzó en las discusiones académicas sobre los procesos de transición y su consolidación. 

En varios países del continente americano se experimentaron largos y complejos procesos de dominación política, encadenados por hechos que dan origen y sentido al conjunto de prácticas y comportamientos de la actualidad.

 Después de la colonización de varios pueblos del continente, se experimentaron regímenes políticos de organización indefinida, germinaron sistemas que culminaron en la consolidación de regímenes dictatoriales civiles y militares; durante esos largos procesos, a la luz de movimientos internacionales, comenzaron las transiciones políticas, la narrativa de la democracia empezó a tener mayor influencia y se iniciaron  procesos políticos de lucha y resistencia, para lograr transiciones políticas hacia regímenes con sistemas de libertades, teniendo como aspiración el ideal democrático; posterior a esas luchas se instauraron regímenes, algunos de ellos, por la vía de la democracia electoral, se conformaron gobiernos e inició un debate sobre ideologías políticas.

En el continente hubo un predominio de gobiernos denominados de izquierda, después de los efectos del Consenso de Washington; el ascenso de los gobiernos de izquierda fue predominante, no obstante, su derrumbe y fracaso fue inminente, alrededor de algunos matices ideológicos; se dio paso a gobiernos que rechazaban la intervención del Estado denunciando abusos y excesos (crisis del Estado de bienestar); se adoptó un modelo de Estado mínimo, los gobiernos tecnócratas y neoliberales iniciaron una era que marginó el sentido original del Estado, incluso promoviendo teorías sobre su desaparición; el ascenso de gobiernos populistas acechaban, denunciando los excesos del mercado, promoviendo movimientos contra el sistema capitalista y rechazando de manera total y absoluta al neoliberalismo.

En la actualidad, hay una amenaza grave con el ascenso de proyectos neopopulistas de izquierda y derecha. Es preciso reflexionar tales hechos, en algunos lugares consumados, poniendo en riesgo el sistema institucional y constitucional que se ha logrado.

Comúnmente se puede pensar, que una vez que se establece una forma de gobierno en un país, es de manera definitiva. Sin embargo, la historia demuestra que en algunos casos del continente americano no es así. La democracia no es la excepción. No todo proceso de transición a la democracia es irreversible, incluso en algunos casos como Bolivia en 1997, en el que por primera vez en América Latina un ex dictador militar es electo democráticamente; para que ésta se consolide es necesario que existan dos elementos de manera simultánea y que paralelamente se complementen: uno institucional y otro cultural, que de vida al primero. Dependiendo de las condiciones estructurales e institucionales de cada país, estos elementos pueden presentarse en diferentes momentos, de lo cual dependerá la particularidad de cada régimen democrático.

En el continente americano podemos dividir el proceso de democratización en dos momentos: el primero – de diseño y creación de un sistema institucional- que se inició con el reconocimiento formal de los derechos políticos, nuevas constituciones políticas, nuevas formas de Estado y de gobierno, con la creación de organismos electorales para garantizar la voluntad popular y puede considerarse efectivo en el momento en que se instrumente un estado de derecho y una justicia imparcial; el segundo – de adecuación de la sociedad a la democracia- se caracteriza por la identificación de prácticas políticas y cívicas cotidianas de los ciudadanos.

En países de América Latina, tanto el primero como el segundo elemento se encuentran en un proceso inconcluso. Aunque existen instituciones políticas y de gobierno que puede catalogarse como acordes a la democracia (división formal de poderes, existencia de una constitución política, sistema electoral, sistema de partidos, órganos autónomos que protegen los Derechos Humanos y organización de procesos electorales), éstas incorporaron a su funcionamiento pautas propias de un sistema autoritario. Un ejemplo de ello es la aplicación selectiva de la ley. 

Más complejo ha resultado el proceso de formación de valores democráticos en la ciudadanía, pues ésta, ha internalizado prácticas y valores políticos que incluso atentan contra la naturaleza del régimen democrático, la complejidad de éste proceso radica en su temporalidad y en el proceso cognitivo del individuo: una institución puede ser creada jurídicamente en un día, a través de un proceso legislativo o decreto, la construcción de valores democráticos de una sociedad se da en el transcurso de varias generaciones, el peligro de este proceso radica en la inconsciencia histórica de esas nuevas generaciones.

Estos planteamientos son válidos, únicamente en la medida en que pensemos a la democracia no como un simple instrumento mediante el cual se formen gobiernos , sino como una práctica que permita a todos los individuos tener incidencia en la toma de decisiones sobre los asuntos públicos, en la que todos los individuos tengan posibilidades de incidir en los problemas que les afectan directamente, en la que los ciudadanos no sean minimizados a la categoría del voto, por tanto, la democracia más allá de su dimensión electoral.

Aunque la gestión electoral es, un reto y al mismo tiempo, una necesidad del sistema de perfeccionar procedimientos de transparencia, fiscalización y rendición de cuentas, es fundamental que las instituciones electorales diseñen estrategias apoyadas en la neuropolítica, para que los ciudadanos adquieran conciencia del impacto que pueden tener en la mecánica cotidiana del régimen y evitar progresivamente adopción o retorno, a prácticas propias de regímenes no democráticos.  

Se puede afirmar que en los países del continente americano se instaló en el discurso político una narrativa de la democracia que ha servido para justificar la toma de decisiones. Sin embargo, los problemas estructurales persisten  (pobreza, desigualdad social, violencia), evidenciando un fracaso de la democracia como forma de gobierno. Las razones que explican el primer fenómeno, es el divorcio entre la democracia y el poder político constituido, porque el discurso político no corresponde con las prácticas de gobierno; mientras que el segundo fracaso de la democracia, está asociado a procesos cognitivos que impactan en el patrón de comportamiento, generando desafección a la política, o aceptación debido a un sistema de clientelas. 

Un criterio que no se debe perder de vista, es que la democracia electoral es uno de los primeros eslabones de un sistema político democrático, algunos autores lo refieren como pre requisito del sistema democrático. 

Desde las primitivas comunidades los individuos tuvieron la necesidad de experimentar, adoptar e institucionalizar formas de organización social. La interacción individual y colectiva fue generando relaciones de poder y dominación. En el año 2020 con la pandemia de la COVID-19, el escenario mundial cambió de manera vertiginosa. Actualmente, el contexto social y sanitario, la dinámica económica, las agendas públicas, la reorganización geopolítica y los sistemas institucionales, enfrentan desafíos para la nueva gobernanza democrática. Una verdad en el campo de la ciencia política, es que el poder es factor determinante en las relaciones sociales y es principal objeto de estudio. Aristóteles ha tratado con detalle las formas en las que se ejerce el mando.

Todo individuo siente el deseo de poder, dominar y ejercer autoridad. La necesidad de dominar es inherente al ser humano. Todos luchan por dominar, controlar decisiones, ejercer autoridad sobre otros individuos. Hay formas físicas, incluso, violentas de hacerlo y también, hay otras que son intangibles y sutiles.  Esas relaciones de poder y dominación pueden tener un carácter negativo o positivo. Afirmo que esa sensación conduce a decisiones, que difícilmente pueden ser evaluadas como buenas o malas, pero si peligrosas. por lo tanto, la información que llega al cerebro modula el comportamiento político de las personas y de las comunidades políticas. Estoy convencido que la evolución del ser humano es una realidad comprobable. Los hallazgos en el campo de la neurociencia y la neuropolítica lo confirman.

Por lo que se refiere a los modelos de democracia, están en función de la cultura política, como se mencionó al principio, por tanto, las comunidades políticas (reproducen/resignifican), patrones de comportamiento influenciadas por estereotipos. 

Una institución, un líder político, gobernante o actor social, a través de su narrativa, los medios de comunicación controlados o no y las plataformas digitales, modelan patrones de comportamiento que se van determinando por el cúmulo de emociones y pensamientos que derivan en acción colectiva . Es así, como la democracia deja de ser “lo que es” para convertirse en lo que dicen que es. La narrativa discursiva se mantiene interconectada, en un mundo globalizado; en la actualidad se aceleró e intensificó el uso de las nuevas tecnologías y plataformas digitales. En suma, tenemos que los agentes externos son factores determinantes de las conductas psicosociales de los individuos a través de sus procesos neurológicos.

¿Para qué sirve la democracia?  El concepto democracia ha viajado a lo largo del tiempo. Desde la antigua Grecia hasta nuestros días, enfrentando retos para sobrevivir a una infinidad de interpretaciones y adjetivaciones atribuidas, tratando de descubrir “nuevas” formas prácticas para experimentar más y más democracia; Sin embargo, la evidencia empírica demuestra que la democracia es un proceso inacabado. La democracia tiene incontables dimensiones. Sin embargo, para el propósito que se a trazado en este ensayo, propongo no perder de vista que la democracia se puede experimentar de dos maneras: la primera, como método de organización social para formar gobiernos, es decir, a través de la democracia electoral. La segunda, como estilo de vida, es decir, como un modelo practicable tanto en la esfera pública como privada.

Esencialmente la democracia sirve para mantener la estabilidad de un régimen político. Desde la filosofía aristotélica, la democracia es el sistema menos malo; traspasar el poder político de manera pacífica, a través de la gestión de procesos electorales; preservar un sistema de libertades, otorgar al individuo capacidad para incidir en los asuntos públicos; contener regímenes dictatoriales. Cuando la virtud democrática es ejercida con plenitud, difícilmente, germinan sistemas contrarios a la democracia; pues es capaz de neutralizar la discrecionalidad y arbitrariedad en el ejercicio del poder; institucionalizar el disenso; generar diversas expresiones de democracia y mantener el orden institucional.    

                                                                                                                   

Por lo que corresponde  a la gestión electoral, es fundamental para mantener la eficacia del sistema de partidos, promover la participación social y política a través de partidos políticos; darle salida al conflicto político; organizar los procesos electorales apegados a reglas claras; brindar certeza en las diferentes etapas de la organización del proceso electoral; generar confianza entre ciudadanos e instituciones; y finalmente para  preservar el sentido verdadero de la democracia, evitar su extravío, su desvalorización y excesiva vulgarización. 

En efecto la democracia es cuestionada Tezanos (2002) “juzgada y evaluada, en sí misma, por sus resultados y por el grado de satisfacción y buena funcionalidad que produce, y no por lo que supone, o ha supuesto”. Si bien la democracia es expansiva hacia los territorios y culturas “y en algunas naciones se avanzó en el reconocimiento de los derechos y libertades de las personas”, es preciso advertir que esto será posible, siempre y cuándo, las fuerzas sociales y políticas generen consensos sobre los diferentes tópicos, previniendo que las agendas públicas sean sometidas a la opinión pública.


Observando algunas comunidades políticas, se debe trabajar para superar un pensamiento, aun vigente en algunos contextos como el que ha sido descrito por Tezanos (2002), “en los años treinta del siglo pasado (1930) cuando bastantes ciudadanos opinaban que “era mejor – y hasta necesario – que un líder capaz decidiera por todos”.

 

Conclusiones

Es necesario ejercitar las virtudes políticas, contribuir de manera determinante sobre el bien común, vigilar por parte de los gobernados las prácticas de los gobernantes, y las instituciones estar atentas a las prácticas sociales. Deben estimularse fuerzas actuantes que se mantengan en los márgenes de la estabilidad. Siempre pienso en el contrato social como recurso efectivo para mantener el equilibrio, debemos ser conscientes que desde el punto de vista del interés público “no todo vale” es decir, según Thomas Hobbes en su introducción la República (…) “En un camino amenazado por quienes de una parte luchan por un exceso de libertad, y de otra por un exceso de autoridad, resulta difícil pasar indemne entre los bandos” (Hobbes, 1998). La libertad individual plena no puede existir. Para encontrar el bienestar de la comunidad deben existir límites a esa libertad, de lo contrario, se convierte en una libertad negativa que se pervierte y atenta contra la colectividad, a la manera de Emmanuel Kant, es como el papalote que rebasa su límite, inmediatamente, pierde el control.

El esfuerzo de correlación entre patrones de comportamiento, neurociencia, régimen político, democracia, y síndromes, son punto de partida para el diseño de metodologías y de estrategias, programas, protocolos con perspectiva neuropolítica y contribuir eficazmente en los modelos democráticos, fortalecimiento de las instituciones y pensamiento crítico. No obstante, se recomienda ampliar las observaciones en comunidades políticas con técnicas cualitativas y cuantitativas con grupos multidisciplinarios, en los que se destaque la participación de perfiles especializados en ciencia política, medicina, psicología, psiquiatría, sociología, antropología, y ciencias de la comunicación.

A manera de conclusiones preliminares tenemos que: ante un escenario de cambios vertiginosos y adversos por la amenaza constante de la pandemia COVID-19, los ciudadanos demandan la urgencia de soluciones eficaces y confiables. Esta situación obliga a los líderes políticos y gobiernos a responder de manera inteligente a los problemas, evitando caer en prácticas anti democráticas. Por lo que, es fundamental que quienes gobiernan o gobernarán en las próximas décadas, lo hagan con métodos democráticos eficaces redescubriendo y reencontrando los beneficios de un sistema basado en los principios fundacionales de la democracia, como modelo de organización social y política para la estabilidad. Las plataformas digitales han roto patrones de comportamiento de los individuos.

La democracia electoral, es importante, pero no suficiente, se requiere un proceso continuo para adoptar al régimen democrático como estilo de vida, exaltar y ejercitar sus virtudes, la propia dinámica social debe estar involucrada dentro de los procesos democratizadores. Las instituciones democráticas del Estado, deberán asumir la responsabilidad de diseñar estrategias científicas que internalicen y materialicen el cambio actitudinal de la sociedad respecto de la democracia. Sin una aceptación cabal de los valores que promueve la democracia, los intentos democratizadores que hemos vivido en los países del continente en las últimas décadas pueden consolidar una democracia nominal, que en la práctica no sea democrática o promueva tentaciones autoritarias de alto costo, para nuestras sociedades presentes y futuras. 

Otro planteamiento que se pretende exaltar es que en el proceso cognitivo de la práctica social está íntimamente relacionado con la actitud conductual, uso y frecuencia de palabras, uso de símbolos, imitación en la gesticulación, ademanes, voz, sentimientos de exclusión, resistencia a la autoridad política, alineación al comportamiento del líder político, sentido de pertenencia a una comunidad política determinada, reconocimiento entre sus seguidores,  invocación, odio o rechazo al pasado, uso de metáforas, hechos anecdóticos, citas o paráfrasis de actores políticos de izquierda o derecha, narrativas prediseñadas, frases poéticas, estereotipos de personajes de cualquier época de la historia, segregación social y política, segmentación, división de clases sociales, hegemonía del discurso, desafección institucional, cuestionamiento institucional, principalmente, a la gestión electoral, prevalencia de emociones por encima de razones, todos esos elementos se encuentran en comunidades políticas que individual y colectivamente se reproducen, las cuáles son motivo de análisis e investigación.

 


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