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FORO CUBANO Vol 3, No. 22 – TEMA: ARTE Y LITERATURA –

El país que anochece: ¿lecciones de Reinaldo Arenas para Venezuela?

Por: Gianni Mastrangioli*

Julio 2020

Vistas

*Licenciado en Historia de la Universidad Central de Venezuela. Máster en Periodismo de la Napier University, de Edimburgo, Escocia. Asistente Editorial en el Comité "Escritores en el exilio", PEN Escocia. Columnista, revista The Wynwood Times, Miami, Florida. 

Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad.

Reinaldo Arenas, 1990.

Vida, muerte, agonía

Moribundo. Quizás al lado de una ventana. Sea como haya sido su final, los detalles escenográficos reales son innecesarios a la hora de imaginarse al Reinaldo Arenas de los últimos meses de existencia. En su obra de despedida, Antes que anochezca, el autor —uno de los nombres emblemáticos de la literatura cubana contemporánea— no solo narra las estrategias opresoras del castrismo como ideología, sino que despliega un corolario de advertencias para aquellos incrédulos de la miseria. La narración es, aparte de biográfica, síntesis de una trama cuya causa y azar se juntan para postular una nueva congruencia en la disposición de los hechos, explicándonos cómo Cuba se ha convertido en el sistema autoritario que es hoy día. Con tono de testamento, Arenas logra sincronizar su propia agonía con la de su tierra natal, agonizante también en todas sus esferas. Considerando los redondeados treinta años transcurridos desde la publicación de Antes que anochezca, las preguntas con relación al contexto venezolano no dejan de ser apremiantes puesto que Venezuela es, a la luz de los acontecimientos actuales, hermana de la isla en cuanto a catástrofes políticas se refiere. ¿Será este autoritarismo el resultado de un “malestar social” con orígenes compartidos?; ¿será que dichas naciones están destinadas a agonizar atemporalmente?; ¿será que existe alguna lección sociohistórica del autor para Venezuela?

Pese a las subordinaciones estatales del chavismo —orquestadas por La Habana—, los venezolanos siguen resistiéndose a la idea de aceptar que el terruño, en mayor o menor medida, “anochece”. Así pues, la intención de estos párrafos será reflexionar, con base en las apreciaciones del mismo Reinaldo Arenas y vista la situación de Venezuela, acerca de una posible metáfora sobre la vida o muerte nacionales; la utopía de cambio político que devine, por el peso de las décadas, en una forma prolongada de agonía social.

No tenemos un país, sino un contrapaís

A Reinaldo Arenas se le diagnosticó SIDA en 1987 después de haber consultado con especialistas por unas “fiebres terribles”. A partir de ese momento, hasta principios de los noventa, cuando el suicidio culminó con los dolores corporales, el autor dedicaría sus últimos esfuerzos a la traducción al francés de su obra El Portero y La Loma del Ángel; a la publicación de El color del verano; y a la revisión de su novela El asalto. No obstante, el período de su enfermedad se caracterizaría, a los ojos de la literatura latinoamericana, por la consumación del libro autobiográfico Antes que anochezca.

Con la muerte perennemente mencionada en las páginas de este libro, no como condición orgánica sino más bien como herramienta de aniquilación, Arenas parece hacer inventario de las distintas arremetidas socioculturales y políticas auspiciadas por Fidel Castro; vivencias narradas, vale decir, desde una mirada homosexual y opositora. Para tales preceptos, el concepto de libertad es epicentro de los capítulos que lo conforman, expresándose a través de la belleza que prevalece en cada uno de los seres humanos. Incluso, el concepto de belleza termina siendo sinónimo de autenticidad, razón por la que el escritor insiste en recalcar el carácter disidente de lo bello para los acólitos del régimen: “a los dictadores les irrita y quieren de cualquier modo destruirla”; “toda dictadura es de por sí antiestética, grotesca; practicarla es para el dictador y sus agentes una actitud escapista o reaccionaria”.

Con el fin de suprimir a la población de cualquier compromiso comunal y capacidad de respuesta, el castrismo ha implementado mecanismos de represión selectivos a través del uso campante del miedo y distorsión colectivos. Lo curioso del asunto cubano radica en la disolución de toda proyección social positiva sin impedimentos temporales aparentes; generaciones enteras consumidas tras la corrosión de sus identidades personales gracias al sabotaje de creencias. El crecimiento del hombre en plenitud es aplastado por la ausencia de la esperanza, la cual es sacada del escenario nacional por el simple hecho de que no se avizora ninguna transición política en el horizonte cercano. Bien dice Arenas: “romper los vínculos amistosos, hacernos desconfiar de nuestros mejores amigos y convertir a nuestros mejores amigos en informantes, en policías”.

La desilusión es, por tanto, impedimento del desenvolvimiento productivo, replegándose en los espacios más privados e individuales como una suerte de luto —o agonía— que frustra el desarrollo del acontecer público. En palabras de Antes que anochezca: “nosotros los cubanos, los que sufrimos por veinte años aquella persecución, aquel mundo terrible, somos personas que no podemos encontrar sosiego en ningún lugar; el sufrimiento nos marcó para siempre y solo con las personas que han padecido lo mismo, tal vez, podemos encontrar cierta comunicación”. Para Arenas, la resignación se encarna en la vejez y se consagra en el silencio cómplice de las prácticas represivas. De allí que la pasividad es la única amenaza real de muerte colectiva en países autoritarios. Por supuesto que los territorios, contrario a los organismos vivos, no fallecen en términos biológicos incluso en aquellos eventos históricos donde el Estado es disuelto (por ejemplo, la Unión Soviética). Sin embargo, la sumisión de los ciudadanos ante la manipulación ideológica conlleva a la profundización de las diferencias socioeconómicas y culturales al punto que la sociedad es pauperizada. En este particular, el escritor toma espacio para denunciar las intentonas de diálogo patrocinadas por los exilados cubanos en Miami, quienes pretendían derrocar a la izquierda a través de conversaciones diplomáticas con el gobierno isleño:

“eso es desconocer completamente la personalidad de Castro y sus ambiciones. Claro está que Castro desde Cuba ha creado comités pro-diálogo y esas personas se hacen pasar hasta por presidentes de comités de derechos humanos. […] Cuba es un país que produce canallas, delincuentes, demagogos y cobardes en relación desproporcionada a su población”.

La misma sentencia aplica para Venezuela en años recientes. Bajo la tutela de los funcionarios en La Habana, el gobierno de Nicolás Maduro ha propiciado diversas negociaciones con los sectores de oposición, a saber: la mesa de acuerdos en 2017, después de los conatos de liquidación de la Asamblea Nacional; y en 2019, después de la invitación del Reino de Noruega para tratar de conciliar las fuerzas políticas debatidas entre el chavismo y los partidos simpatizantes a Juan Guaidó, declarado Presidente Interino. Cabe destacar que, en ambos escenarios, los acuerdos sólo devengaron en la desacreditación de las salidas democráticas disponibles; los venezolanos sufren el duelo de una república que se les desvanece en las manos. Atrapados, para desdicha de todos, en el pasillo de una larga espera. Con todo, y ahora situándonos en la posición de los que residen en el extranjero, Arenas opina: “afuera, por lo menos se puede optar por cierta dignidad política”.

La única salvación que tenemos es por la palabra

Dadas las desgracias médicas ocasionadas por el SIDA, el autor de Antes que anochezca sumerge a sus lectores en un “viacrucis literario” que va ligado a la nostalgia y caducidad inminentes: “en Cuba había soportado miles de calamidades porque siempre me alentó la esperanza de la fuga y la posibilidad de salvar mis manuscritos. Ahora la única fuga que me quedaba era la muerte”. Entre el rosario de enfermedades aguantadas, el escritor sufriría de cáncer —que inhabilitaría su garganta—, así como repetidos episodios de neumonía. El punto de inflexión tendría lugar en las últimas páginas de la obra, donde él reconocería la fatalidad de su destino luego de habérsele roto un vaso sin explicaciones lógicas: “al cabo de una semana comprendí que aquello era un aviso, una premonición, un mensaje de los dioses infernales […]: el estallido del vaso era el símbolo de mi absoluta perdición”.

Basándonos en este predicamento, no es osado admitir que la simbología de Reinaldo Arenas es mecanismo de supervivencia, es decir, una vía de rescate de su Cuba ausente; el país de antaño que un día existió, pero que ya no será, bien sea por efecto de la inercia o el descuido. Arenas nunca dejó de plantearse paisajes, sueños coloridos y demás referencias elucubradas en su época de infancia. Con el ocaso pisándole los talones, refrendado en la pulverización del vaso, lo que hace él es declarar el cese de sus capacidades creativas. Y he aquí la verdadera muerte, en cuanto a que los países solo se extinguen con la extinción de sus pobladores y respectivos recuerdos. El país que halla la muerte con el fallecimiento del propio individuo.   

Pero nos queda la literatura, que es estandarte de la memoria a través del tiempo. En la producción académica de Arenas es notoria la amalgama que añadió el exilio a su discurso. Residenciado en Miami, y posteriormente en Nueva York, el autor tendría el chance de reflexionar acerca de los distintos procesos sociohistóricos que componen la malformación política en Cuba, observadas desde el desapego que provee estar lejos del terruño. La permanencia en el extranjero lo dotaría de sentido estratégico; la distancia sería plataforma de lucha. Para ello, Arenas fundaría la revista Mariel, en 1983, y para finales de la década de los ochenta consignaría una carta de solicitación de plebiscito en la isla. El afán de redactar hasta el cansancio, ejemplificado en la publicación de Antes que anochezca, es luz de aliento para los venezolanos. Con más de seis millones de desterrados, el engranaje literario de los ciudadanos de Venezuela ha sido vuelco en el oficio de las letras regionales, transformándose en denuncia de los constantes abusos chavistas.

Los párrafos escritos por Reinaldo, al igual que su prontuario de sufrimientos, son insignia de persistencia; una palmada en la espalda para todos aquellos que, agonizantes en una muerte eterna, se reúsan a la inmundicia. La resistencia que también yace, quizás, al lado de una ventana.      

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