FORO CUBANO Vol 4, No. 31 – TEMA: CRISIS SOCIAL Y REORDENAMIENTO ECONÓMICO–
El fracaso de la estrategia económico social de enfrentamiento a la
covid-19 en Cuba
Por: Jorge Ignacio Guillén Martínez[1]
Abril 2021
Vistas
La estrategia económica y social para enfrentar la COVID-19 no ha abordado eficientemente las necesidades y expectativas de los cubanos. Según el autor, esta se planteó en desconexión con las necesidades de la población, además no ha emprendido cambios trascendentales
De la misma forma que toda crisis implica desafíos y sacrificios que a veces mueven a la desesperación, la desesperanza, la frustración, y otras emociones o actitudes negativas; conlleva también cierto grado de optimismo, de esperanza (que en el fondo nunca se pierde, o se pierde de última), de ilusión respecto a la oportunidad que todo momento de crisis ofrece. Siempre hay un chance, una oportunidad para ser resilientes, para transformar la crisis en algo positivo, para usarla como motor impulsor, como el shock preciso para iniciar el siempre necesario movimiento, o para imprimir la profundidad requerida al movimiento que llevamos.
Esto ha sido un poco lo que algunos cubanos hemos experimentado desde el inicio de la pandemia y el creciente agravamiento de la crisis económica y social que se vive en Cuba. De alguna forma, la crisis fue vista como oportunidad (al menos por algunos) para dar los pasos definitivos que puedan generar mejores condiciones de vida para los cubanos. Sin embargo, las autoridades cubanas han dejado pasar la oportunidad, o cuando menos, no la han sabido (o no han querido) aprovecharla de la mejor manera posible. Y la mejor manera no es otra que esa que favorezca condiciones de vida considerablemente superiores para todos y cada uno de los cubanos. La estrategia económica y social de respuesta a la crisis, emprendida ya hace más de un año, no parece capaz de generar dichos resultados, no parece estar a la altura de las expectativas de los cubanos ni de las urgencias que plantea la realidad concreta. Algunas de las causas que explican esta trágica situación, son las siguientes:
Es una estrategia desconectada de las necesidades de la gente
Los cubanos quieren comida, transporte, vivienda digna, servicios públicos de calidad, salud y educación de calidad, seguridad social, disminución de las desigualdades y de la pobreza, oportunidades de desarrollo personal y social, como probablemente cualquier ciudadano de este planeta, más allá del país en el que se viva. No es socialismo, no es continuidad, no es revolución, no es congreso del partido, no es propaganda y represión, lo que queremos los cubanos de a pie. La estrategia implementada por el gobierno cubano para enfrentar la doble crisis, la estructural del sistema y la generada o agravada por la Covid-19, promete y genera lo segundo, pero lo primero sigue alejándose cada vez más del alcance de la gente. No valen pretextos, no vale buscar culpables, la realidad es una: las necesidades de los cubanos no parecen ser prioridad para las autoridades cubanas, están subordinadas a mantener el socialismo, la revolución, garantizar la continuidad. La pregunta que cada vez más gente se hace es ¿Y para qué socialismo, revolución y continuidad, si cada vez hay menos comida, peor salud y educación, y en general más deterioro de las condiciones de vida?
En repetidas ocasiones las autoridades cubanas han hecho referencias en la televisión y los medios de prensa oficial al hecho de que están escuchando a la población, afirman tener el “oído en la tierra” para escuchar a la gente y supuestamente gobernar desde ese conocimiento de las necesidades de la gente. Pero lo que hemos vivido es que se escucha a la gente para controlar, reprimir y evitar estallidos sociales, no para cogobernar con el importante insumo que representa la información que aporta el debate público y la participación ciudadana. Se echan de menos (en la estrategia de respuesta a la crisis) este tipo de dinámicas y otras que aporten mayor gobernanza a los procesos de gestión pública y política, se echa de menos el reconocimiento de la legitimidad de la sociedad civil toda y el consecuente trabajo intersectorial, combinado, articulado entre actores públicos, privados y sociales.
En sintonía con lo anterior, escuchar a la gente, tener en cuenta sus demandas y aspiraciones para mejorar el país, pasa ineludiblemente por el reconocimiento de la pluralidad política y la diversidad social, no es cierto que se escucha a la gente (de hecho, es imposible) cuando se niega y se reprime la más mínima expresión de pluralismo, es imposible que todos los cubanos aporten al futuro de la nación (como debería ser, y como las propias autoridades políticas invitan a hacer) si no se reconoce y se respeta la diversidad de actores, métodos, roles, formas, ideas, etc. No hay país “con todos y para el bien de todos” si no se garantizan instituciones inclusivas que permitan a los ciudadanos participar efectivamente en los asuntos de interés.
Es una estrategia que, aunque amague con emprender cambios trascendentales, no llega a ese punto, sino que se queda en pequeños pasos, parciales, incompletos
Una estrategia que aborda medidas como el tan esperado ordenamiento monetario, o la apertura al sector privado, pero de forma aparentemente ingenua, como si bastara con el solo hecho de asumir esas reformas sin que cambien otras cuestiones de fondo que sustenten o sean complementarias a dichos cambios. Los acompaña un lastre ideológico que desde un inicio limita su alcance, como es el caso de la apertura que se dio al sector privado, de carácter parcial, muy limitada.
La economía funciona como un sistema, todo está interconectado, las reformas que se implementen han de ser pensadas como parte de ese sistema, como parte de un mecanismo que necesita ineludiblemente de otras partes como complemento para su correcto funcionamiento, y todas esas partes a su vez deben estar sometidas a unas reglas generales, una organización, unas instituciones que armonicen su funcionamiento, que garanticen la sinergia y la coherencia entre cada una de ellas. Estas características no están presentes en la reciente estrategia que se han trazado las autoridades cubanas para el enfrentamiento a la crisis, las pocas reformas asumidas han respondido a las urgencias de la crisis, no a la previsión que debe existir en cada economía y que debería alertar proactivamente sobre la necesidad de dar pasos en una determinada dirección.
Han sido reformas incongruentes con otras, como es el caso de la dolarización cada vez mayor de la economía frente a un proceso de ordenamiento monetario y unificación monetaria y cambiaria o las políticas de topes de precio. Han sido, además, reformas incompletas, que avanzan hasta el punto en que la rigidez del sistema político y de la ideología dominante lo permiten, y no hasta el punto en el que las reglas de la economía de mercado sugieren se debería avanzar. De esa forma, al contrario de como repiten una y otra vez los slogans de la propaganda oficial, no se avanzará en el progreso y el desarrollo económico, sino que, por el contrario, se asegura la incapacidad del modelo económico cubano para satisfacer las necesidades de la gente, se condena el bienestar económico y social de los cubanos.
La alternativa para enriquecer esta estrategia, que es lo que necesitamos los cubanos, no por capricho, ni por egoísmos, ni por que lo digan algunos, sino porque es la propuesta de quienes estudian constantemente desde la ciencia la economía cubana y proponen sin cesar alternativas y soluciones a la crisis, sin sesgos ideológicos y sin privilegios políticos, ha sido reiterada en muchas ocasiones por diversos expertos dentro y fuera de Cuba. Ignorar dichas propuestas, asumirlas conveniente o parcialmente es una irresponsabilidad que las autoridades cubanas han venido cometiendo a lo largo de décadas, y que han repetido nuevamente en la gestión de la crisis agravada por la pandemia de la Covid-19.
Por una gestión responsable de la crisis
De este modo, no es posible hablar de una crisis gestionada responsablemente, si no se corrigen -al menos- las dos deformaciones anteriormente señaladas. No se puede gobernar de espaldas a la gente y a sus demandas fundamentales; ni se puede gobernar de espaldas a las necesidades imperiosas de la realidad económica y social, implementando reformas superficiales, incompletas, incongruentes entre sí, y limitadas desde su concepción.
Si algo ha demostrado la crisis generada por la pandemia es la necesidad de reconfigurar las formas más tradicionales de gobernar, la necesidad de construir consensos sociales como base para la acción política, la necesidad de tomar decisiones a partir de mecanismos intersectoriales, horizontales, dialógicos. También la necesidad de reaccionar ágilmente y con renovadas herramientas a problemas para los que no hay experiencia previa, que sorprenden de forma trágica y que no dejan espacio para la vacilación o la irresponsabilidad política, pues pueden traer consecuencias desastrosas como ha ocurrido con la pandemia.
Es inconcebible que, a estas alturas, se sigan repitiendo formulas de los años sesenta o setenta, o típicas de un entorno de guerra fría, o de las dictaduras del siglo XX sin que se incorpore a la gestión política las experiencias de estas etapas y sus fracasos. No se puede gestionar una crisis de espaldas a la experiencia histórica, ni de espaldas a la evidencia resultante de otras crisis, sin incorporar la información que cada fracaso ofrece para enfrentar los retos del presente y del futuro. Precisamente, esta ha sido una de las variables que explica por qué el pasado congreso del partido comunista no sirve para los cubanos, no sirve para la economía ni para la sociedad en general. Es por eso por lo que el “ordenamiento” y la estrategia de respuesta a la crisis no sirven para los cubanos, ni para el gobierno actual. Una situación como esta, en cualquier democracia del mundo que funcione, sería sancionada con el voto de castigo de la ciudadanía, para escoger un nuevo gobierno y entonces dar espacios a otras opciones para la gestión de los problemas de la gente.
Económicamente es posible transformar sustancialmente el modelo, generar oportunidades para que la gente pueda trabajar honestamente y vivir de un salario justo, es posible generar prosperidad y crecimiento sostenido, sin que esto esté divorciado de la posibilidad de generar avances en grados de desarrollo humano integral, sin que esto implique renuncia alguna a los logros sociales que se han conseguido en sesenta años de revolución, sin que se comprometa la independencia y la soberanía nacional. Es solo cuestión de afrontar las reformas necesarias, y de dar pasos comprometidos con esos propósitos y no con las aspiraciones de poder de una élite determinada, ni con la sobrevivencia de una ideología y un sistema ya obsoletos por su incapacidad de generar buenas condiciones de vida para la gente.
[1] Centro de Estudios Convivencia.