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FORO CUBANO Vol 5, No. 47 – TEMA: 11J: "A UN AÑO DEL GRITO DE LIBERTAD" –

El Castrismo en la Encrucijada

Por: Sebastián Arcos Cazabón

Agosto 2022

Un año después, la brutal represión desatada por el régimen cubano tras las protestas populares del 11 y 12 de julio de 2021 parece haber estabilizado la situación política en la isla. Miles de arrestos y centenares de condenas a prisión, muchas de ellas a penas de más de veinte años, han evitado otra explosión masiva de descontento popular como la del 11-J. Sin embargo, el régimen debe entender que la calma es precaria por varias razones. La primera y más importante es que el 11-J se rompió una importantísima barrera psicológica, la convicción ―meticulosamente cultivada por Fidel Castro durante décadas― de que manifestarse públicamente contra el régimen era imposible e inútil. La historia demuestra que la ruptura de ese dique fue el principio del fin del totalitarismo marxista en Europa.

La segunda razón es que las causas del 11-J no han desparecido ni van a desaparecer a corto plazo, y de hecho, han empeorado. La incompetencia económica del régimen es intrínseca y su legitimidad política se ha desvanecido. El cubano de a pie ya dejó de creer la narrativa oficial y sabe que su situación no va a mejorar mientras gobierne el Partido Comunista de Cuba (PCC). A la profunda crisis económica se han sumado el colapso del sistema de salud pública y el inminente colapso del sistema eléctrico nacional. A un año del 11-J, aunque sin emular la masividad que caracterizó ese evento, los cubanos están de nuevo saliendo a la calle en pequeños grupos, pero con creciente frecuencia, en señal de que incluso el terror de estado tiene un límite que se agota rápidamente.

El continuismo es insostenible

Está claro que el continuismo castrista es insostenible. La élite está paralizada, aferrada a la represión y renuente a implementar reformas serias. La oposición se extiende y radicaliza, y la represión, en vez de extinguirla, la multiplica. Con un liderazgo incompetente e impopular, con pocos recursos financieros, e incapaz de movilizar a una población desilusionada, el régimen está hoy en una crisis mucho más difícil que el llamado “Período Especial de los años 90. La literatura académica [1] identifica este momento como una de varias etapas en el curso evolutivo que siguieron la mayoría de los regímenes totalitarios del siglo pasado. Según este modelo, Cuba reúne hoy todas las características de un “post-totalitarismo paralizado”, a saber: liderazgo intransigente y paralizado; total decadencia ideológica; falta de legitimidad política y económica; cinismo generalizado en la población; y represión que comienza a ser contraproducente. El modelo predice que cuando un régimen entra en esta fase, o se reinventa, o colapsa inevitablemente. La literatura académica [2] también nos indica cuáles son las alternativas posibles para un régimen como el cubano en la encrucijada actual. No se trata de hacer augurios, sino de combinar las lecciones del pasado con las circunstancias del presente. Según los expertos estas son las alternativas posibles.

El modelo Chino


Conocido en la literatura académica como “post-totalitarismo híbrido” o “leninismo de mercado”, esta alternativa requiere de un liderazgo pragmático que acepte la necesidad de mejorar el nivel de vida de la población para que ésta acepte la continuación del dominio político del PCC. Esto solo se logra sustituyendo rápidamente el modelo de economía centralizada por otro donde predominen el libre mercado y la propiedad privada. Esta sería la peor salida para la oposición democrática, porque garantiza la permanencia indefinida del PCC en el poder, como en China y Vietnam. Esta alternativa demanda pragmatismo político, celeridad y determinación, tres ingredientes que no parecen abundar hoy en la paralizada oligarquía castrista, por lo que considero que tiene muy poca probabilidad de producirse.

Transición controlada a la democracia (de la ley a la ley)


Definida por Samuel Huntington como “transformación”, esta alternativa consiste en una transición deliberada hacia elecciones libres y democracia plena, iniciada y controlada de principio a fin por el régimen. Según Huntington, la mitad de las 35 transiciones ocurridas entre 1975 y 1991 fueron una transformación como la de España o Chile. Esta salida tiene ventajas para todos. Por un lado, evita la violencia y encausa todos los intereses y actores internos y externos en la misma dirección. Por el otro, la élite escapa el pase de cuenta y frecuentemente termina en una posición económica y política más ventajosa que la oposición. Esta vía requiere de una poderosa facción reformista dentro del régimen que prevalezca sobre la facción dura, algo que no parece realista en Cuba hoy. A no ser que ese balance cambie radicalmente, estimo que tiene poca probabilidad de producirse.

Autocracia cleptocrática (“Putinismo”)


El régimen cubano podría iniciar una transformación controlada hacia un régimen menos totalitario que el actual, pero sin llegar a una plena democracia, con la intención de convencer a EEUU de aceptar un régimen autoritario a cambio de estabilidad política en la isla. Si EEUU muerde el anzuelo, el régimen congelaría la apertura para quedarse en el poder como una autocracia cleptocrática al estilo de Vladimir Putin. Esta opción es factible porque explota una hipótesis compartida en ciertos círculos militares y de inteligencia norteamericanos de que un colapso del régimen convertiría a Cuba en un estado fallido presa de narcotraficantes y terroristas. Según esta especulación ―con señas de haber sido plantada por la inteligencia cubana― es más conveniente para EEUU llegar a un entendimiento con el régimen que contribuir a su colapso.

Esta salida es muy atractiva para la oligarquía cubana, porque puede implementarse rápidamente y sin los profundos cambios económicos o políticos requeridos por las dos primeras. Por otro lado, tiene la desventaja de que un régimen autoritario es políticamente más vulnerable que uno totalitario. Una oposición democrática robustecida podría frustrar los planes de la oligarquía y convertir la transformación mediatizada en una transición democrática plena. La literatura académica incluye casos en que una transformación controlada fue interrumpida y desviada hacia otro modelo diferente. Por ejemplo, la transformación iniciada por Gorbachov en la URSS fue interrumpida por un golpe militar que pretendía revertirla, y al fracasar, precipitó un rápido remplazo democrático (un “transplazo”, según Huntington). Aunque esta vía tiene más variables fuera del control del régimen (por ejemplo, quién gobierna en EEUU, o cuán efectivo será el activismo cubanoamericano), estimo que tiene una mayor probabilidad de producirse que las dos primeras.

Continuidad y colapso


La peor alternativa para todos es que el régimen decida mantener el rumbo actual de represión y medias-reformas. Como señalo más arriba, esta opción no resuelve ninguno de los problemas crónicos que condujeron al 11-J. Inevitablemente ―como ya está ocurriendo a pequeña escala― el pueblo regresará a las calles y el régimen se verá obligado a incrementar la represión a niveles intolerables, o abandonar el poder. Un ciclo vicioso de creciente oposición, seguida por más represión, que conduce a más oposición, es insostenible y podría terminar en una guerra civil como en Rumanía en 1989. Aún si la oligarquía castrista estuviese dispuesta a arriesgar semejante escenario, el trágico fin de Nicolás y Elena Ceausescu debería darles pausa.

El éxito momentáneo del espasmo represivo que siguió a las protestas del 11-J ha hecho desesperar a muchos de la posibilidad de forzar un cambio de régimen con manifestaciones pacíficas. Algunos incluso han puesto sus esperanzas en una intervención humanitaria internacional, liderada por EEUU. Más allá de la improbabilidad de semejante salida, o de la humillación que una intervención extranjera representaría para el nacionalismo criollo, bastaría con recordar los recientes sucesos en Afganistán para demostrar el poco interés que tiene hoy EEUU en aventuras militares foráneas.

El cambio está en la calle


El fracaso aparente del 11-J y del sucesivo intento de mantener la protesta popular el 15 de noviembre de 2021 no debería ser razón para descartar las manifestaciones pacíficas como herramientas de cambio político. A fin de cuentas, las manifestaciones pacíficas jugaron un papel fundamental en la caída de todos los regímenes totalitarios en Europa. A los que arguyen que las circunstancias de Cuba hoy son diferentes a las de Europa Central en 1989, les recuerdo que, más allá de las peculiaridades de cada caso, todos compartieron con Cuba las características fundamentales del modelo totalitario, con sus fortalezas y sus debilidades.

El caso de la RDA, la antigua Alemania comunista, es aleccionador. Como Cuba hoy, la RDA en 1989 era gobernada por un régimen marxista de línea dura que contaba con un extenso y brutal aparato de seguridad interna, la notoria Stasi, mentora del DSE cubano. En contraste, la disidencia en la RDA nunca llegó a ser abiertamente anticomunista como la cubana, ni alcanzó niveles similares de activismo público, organización, o representatividad social [3]. Tan duro era el régimen de la RDA, que su líder, Erich Honecker, se negó a escuchar los llamados a reforma de Gorbachov y prohibió la circulación de publicaciones soviéticas. Como en Cuba hoy, en 1989 el régimen de la RDA estaba en la fase de “post-totalitarismo paralizado”.

Cuando Hungría quitó la cerca fronteriza con Austria en mayo de 1989, decenas de miles de alemanes del este escaparon por esa vía hacia Alemania Occidental, forzando a Honecker a cerrar la frontera con Hungría y Checoslovaquia, y convirtiendo efectivamente a la RDA en una isla de intransigencia en un mar de transiciones. Ante la imposibilidad de escapar, alrededor de 1,500 personas se manifestaron públicamente contra el régimen el lunes 4 de septiembre en Leipzig, la segunda ciudad más poblada de la RDA. A pesar de la represión, las protestas públicas se repitieron en Leipzig cada lunes de septiembre, atrayendo un número creciente de participantes. Para el lunes 2 de octubre los manifestantes sumaban más de 10,000.

Honecker, amenazó con una masacre al estilo de Tiananmen si los manifestantes se atrevían a salir a las calles nuevamente. En respuesta, el lunes 9 de octubre más de 70,000 personas marcharon en las calles de Leipzig, y la Stasi no se atrevió a reprimirlos. El lunes siguiente salieron más de 120,000 manifestantes. Dos días después Honecker fue destituido y remplazado por su segundo al mando. El lunes siguiente, 300,000 manifestantes tomaron las calles de Leipzig. El 4 de noviembre la protesta pasó a Berlín con más de 500,000 manifestantes. El 7 de noviembre el consejo de estado de la RDA renunció en pleno, y el 9 de noviembre cayó el Muro de Berlín.

Es indiscutible que, con excepción de la primera marcha en Leipzig el 4 de septiembre, las marchas populares que forzaron la caída del régimen en la antigua RDA fueron planeadas y avisadas de antemano. Es muy probable que el ejemplo de lo que sucedía en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, sirvió de estímulo a los manifestantes y de freno a las fuerzas represivas. Pero a diferencia de sus homólogos en Polonia y Hungría, el régimen de la RDA no tenía facciones reformistas y parecía unido en su renuencia a implementar reformas de ningún tipo. La Stasi era uno de los aparatos represivos más eficientes del bloque soviético, y antes de 1989 nunca dudaron en usar las tácticas más brutales. A pesar de todo esto, el coraje y la perseverancia de los manifestantes logró ―sin disparar un tiro― lo que a todas luces parecía imposible.

La explosión popular del 11-J y la sucesiva convocatoria del 15-N fueron apenas las primeras de su tipo en Cuba. Inevitablemente, otras tendrán que seguirle ―a los alemanes les tomó diez semanas de marchas continuas― si los cubanos quieren librarse del castrismo a corto plazo y con un mínimo de violencia. Algunas fracasarán, y habrá un costo inevitable en represión, pero el mero ejercicio cívico de la convocatoria es fundamental y necesario en un país donde el Estado ha cultivado una hegemonía absoluta sobre la sociedad durante más de medio siglo. Los cubanos apenas han empezado a usar su atrofiada musculatura ciudadana, y ese ejercicio cívico les devolverá la dignidad y la autoestima necesarias para vivir en democracia. Algún día no muy lejano, los cubanos celebrarán el 11-J como el día que marcó el principio del fin de la noche totalitaria.

 

[1] Sebastián Arcos Cazabón
Director Asociado
Instituto de Investigaciones Cubanas
Universidad Internacional de la Florida


Referencias
[1]    M.R. Thompson (2002) Totalitarian and Post-Totalitarian Regimes in Transitions and Non-
Transitions from Communism, Totalitarian Movements and Political Religions, 3:1, 79-106,
DOI: 10.1080/714005469 https://doi.org/10.1080/714005469

[2]    Huntington, Samuel P., The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century. Norman: 
University of Oklahoma Press, 1993.

[3]    Christian Parker, “Silencing Dissent in Eastern Europe”
https://thevieweast.wordpress.com/2012/06/29/silencing-dissent-in-eastern-europe/

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