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FORO CUBANO Vol 4, No. 39 – TEMA: SOCIEDAD, MEDIOS Y REDES SOCIALES–

Desinformar para acallar

Por: Lina María Muñoz

Diciembre 2021

Vistas

La desinformación en contextos dictatoriales sirve de recurso para el mantenimiento del orden establecido, por ello la autora aborda las manifestaciones del 11J en Cuba, en donde a través de la desinformación, el régimen busco justificar la represión.

La Real Academia Española de la Lengua, ha definido el término “desinformar” como la acción de dar información manipulada intencionadamente al servicio de ciertos fines o dar información insuficiente. La anterior definición, reduce en dos líneas un fenómeno complejo que nos asiste día a día y que suele relacionarse enteramente con las redes sociales, el internet y otras plataformas que han dado apertura a nuevas formas de comunicación. Empero, y si bien el acto de desinformar suele canalizarse de manera exitosa y masiva mediante la web, es un despropósito afirmar que este ha cobrado vida en la contemporaneidad, pues ha sido coetáneo al desarrollo del hombre, aún cuando la terminología para definirlo no existiera aún. Con lo anterior, también es preciso mencionar que la acción de “desinformar” tiene una cualidad trascendental: la intencionalidad de la que parte el sujeto que la ejecuta, en tanto este siempre tiene un objetivo por lograr al transmitir información con dichas características.

 

Partiendo del somero abordaje acerca de lo que supone “desinformar”, este fenómeno ha experimentado reconfiguraciones que reafirman su naturaleza compleja. Sin hacer referencia a un periodo de la historia en específico, es de suponer que anteriormente, esta acción estaba prácticamente a la cabeza de quienes detentaban cargos en lo más alto de la esfera política y social, en tanto eran quienes poseían los recursos e insumos para emprender campañas de propaganda a la luz de sus intenciones diversas. Empero, dicha situación se ha revertido de manera radical, en tanto progresivamente se han ido inaugurando espacios que permiten que cualquier individuo tenga acceso a la propagación de desinformación de manera libre, siendo el internet el ejemplo más propicio y actual para demostrar ello. Ahora, no se trata de asociar los avances tecnológicos con algo necesariamente perjudicial, pues al contrario, estos han traído consigo un progreso incalculable para la sociedad, sin embargo, sí es preciso reconocer que estos -como todo- han traído nuevos desafíos y preocupaciones.

 

Habiéndose invertido la dinámica de la desinformación y teniendo la generalidad de individuos acceso a brindar información manipulada o insuficiente mediante plataformas digitales, no es de extrañar que ello suela ser conocido como una amenaza para la democracia. A saber y tal como lo estipula Silvio Waisbord, docente de la George Washington University “La ecología comunicativa digital, ofrece oportunidades inéditas para acceder, producir, distribuir y consumir información falsa, que no se sostiene en la evidencia disponible” (2021), con lo anterior, es preciso mencionar entonces que lo que se inició como una oportunidad, progresivamente se ha convertido en amenaza, en tanto el acceso a los recursos digitales y sobretodo a la información que se produce o consume, carece de regulaciones extendidas y contundentes. Dicho escenario, parece ser algo que se sale de las manos y que irremediablemente ya ha dejado huellas perjudiciales.

 

Mientras la desinformación amenaza a la democracia, en contextos de dictadura puede fungir como recurso necesario para su mantenimiento. Con ello, y haciendo referencia al caso cubano, resulta interesante cómo en dicho contexto la desinformación no surge precisamente a partir de las oportunidades brindadas a la ciudadanía para obtener una mayor participación en espacios digitales, sino que el propio gobierno, haciendo uso del monopolio sobre la producción de la información y los medios, expone una visión de mundo al servicio de sus intereses, ejerciendo así el acto de “desinformar” mientras la población consume de manera desmedida sus verdades. Frente a ello, autores como Waisbord exponen que “Es imposible pensar los autoritarismos sin un torrente constante de mentiras y falsedades emitidas desde el Estado, y repetidas incansablemente por sus coros de aduladores y partidarios” (2021). Bajo este panorama, quienes viven en contextos de dictadura entran a una serie de estado en el que dilucidar la verdad de la mentira supera la razón y el discernimiento, pues ante sus ojos y oídos se dispone un ideario que para quienes detentan la labor de gobernantes es la única verdad y con ese simple hecho, se niega toda posibilidad de refutar y cuestionar. Sobra mencionar que los cubanos han vivido por más de seis décadas en dicho estado. Pese a lo anterior, es menester reconocer el esfuerzo de estos últimos para superar los límites impuestos por el régimen: las manifestaciones del 11 de julio en Cuba suponen un escenario reciente y que demostró lo más temible para una dictadura: que la población trascienda la noción de verdad que le ha sido impuesta.

 

El 11J en Cuba o sobre cómo el régimen pretendió desinformar para acallar

 

El 11 de julio no transcurrió como un día común y corriente en Cuba, algo inédito sucedió: una serie de manifestaciones que reunieron a miles de cubanos en decenas de puntos de la isla quienes además de criticar la gestión de Diaz-Canel frente a la pandemia, -gestión que trajo consigo carencia de alimentos, insumos médicos e infraestructura- buscaron manifestarse en contra de la represión y violación sistemática de sus derechos humanos que ha acontecido por más de 60 años. Lo anterior, incomodó a sobremanera a los mandatarios del régimen quienes no repararon en usar diversos mecanismos para disipar las voces que reclamaban por derechos y por el fin de la dictadura, la desinformación en efecto, fue uno de los mecanismos más importantes y en este caso se centró en atribuir la responsabilidad de las manifestaciones al imperialismo.

 

Dicha atribución no es nueva, cómo tampoco lo es el hecho de que sea utilizada frecuentemente para justificar la represión hacia la población. Así, bajo la concepción del régimen, quienes manifestaron no lo hicieron por la vocación de querer reclamar por los derechos que les han sido negados por décadas, sino que, quienes participaron fueron contrarrevolucionarios apoyados por el gobierno estadounidense cuya pretensión era debilitar al Partido Comunista y afectar el statu quo. La anterior concepción, es una total arremetida contra los cubanos en tanto ignora sus reclamos y necesidades, a su vez, “Atribuir el origen de los disturbios a los manejos del imperialismo, más que una candorosa postura negacionista del disgusto popular, obedeció a la necesidad de contar con un sólido pretexto para desatar una despiadada represión” (Escobar, 2021).

 

Bajo dicha concepción, que perpetúa el relato de la influencia externa como causa de todos los males de la isla, se llegó a mencionar que iniciativas mediante redes sociales como la de #SOSCuba o #PatriayVida eran la mera representación del patrocinio e intervención de Estados Unidos. Otra manifestación de ello son las palabras de Diaz-Canel en televisión ese mismo día: no vamos a admitir que ningún contrarrevolucionario, mercenario vendido al Gobierno de los Estados Unidos, vendido al imperio, recibiendo dinero de las agencias, dejándose llevar por todas estas estrategias de subversión ideológica vayan a provocar desestabilización en nuestro país. Con dicha alocución, es más que evidente la vigencia con la que el régimen se libera de sus culpas y responsabilidades frente a la población, quienes actualmente frente a la crisis económica y la pandemia, han vivenciado el recrudecimiento de sus condiciones de vida. De esta manera y con la “conciencia tranquila”, proceden a reprimir, ello se refleja en los más de 1200 detenidos por motivos políticos en el periodo julio-diciembre de 2021, así como por la represión y la persecución sufrida por parte de la población civil.

 

Las mentiras son más plausibles a la razón

 

Hannah Arendt mencionó alguna vez que las mentiras resultan mucho más plausibles y atractivas a la razón, también estipuló que “En un mundo en constante cambio (...) las masas han llegado al punto en que, al mismo tiempo, creerían todo y nada, pensarían que todo era posible y que nada era verdad” (1951). Situando dichas premisas a la desinformación actual, se puede evidenciar que esta es de doble vía: en las democracias vista como amenaza y en las dictaduras vista como insumo clave para su mantenimiento. Pese al planteamiento de dicho patrón, ello no supone que la desinformación se comporte estrictamente de tal manera en todos los regímenes políticos democráticos o autoritarios, de hecho, en la propia complejidad que supone el desinformar, los desafíos vienen de parte y parte.

 

No obstante, y trayendo a colación el caso cubano y la somera aproximación al 11J, la desinformación detentada por el régimen resulta aún más reprochable por diferentes motivos. En primera instancia, el Estado está pasando por alto una responsabilidad esencial: la de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos, cuestión que le compete sin reclamo alguno. En segunda instancia, está acallando los reclamos de su población y simulando un discurso negacionista que los tilda de contrarrevolucionarios, como si sus necesidades no fueran suficiente razón para ser escuchados. Lo anterior sólo lleva a deducir un incumplimiento total del contrato social adquirido entre el Estado cubano y sus ciudadanos, detentado por la ausencia en la garantía de derechos y en la continua exigencia de cumplir con deberes y preceptos hacia una Revolución decadente.

 

Mientras las premisas de Arendt persisten y las mentiras siguen resultando plausibles para el régimen, los cubanos ante creer todo y nada, han decidido ser protagonistas en la pugna contra los abusos de este. Por lo anterior, es deber reconocer en este caso, las virtudes de los espacios brindados por el ciberespacio y las redes sociales, y es que si bien “(...) la internet en Cuba también está institucionalizada y regulada, la ocupación del ciberespacio (...) puede fungir como estrategia de lucha para el reconocimiento de sus derechos” (Castro & Muñoz, 2021, p.124). De esta manera, la ciudadanía a pesar de las dificultades ha hecho uso de estas para informar sobre su realidad, permitiendo que su situación e iniciativas lleguen a mucha más audiencia y propender así por una transformación en la isla. La desinformación ha parecido algo inevitable por más de seis décadas en Cuba, no obstante, cada vez se refuerza en mayor medida su contraparte: los cubanos de a pie que informan su realidad y sus ansias de cambio, mediante movilizaciones y participaciones en el ciberespacio.

 

Referencias

 

Arendt, H. (1951). Los orígenes del totalitarismo. Alianza Editorial.

​Castro, S., Muñoz, L. (2021). Sobre el patronazgo cultural y la censura a artistas en Cuba. En S. Angel., S. Castro (Ed.), Cuba en breve: datos y relatos de una revolución desencantada (pp. 111-128). Fondo de Publicaciones de la Universidad Sergio Arboleda.

Escobar, R. (2021). Armas de desinformación masiva. 14ymedio.

Waisbord, S. (2021). ¿Por qué la desinformación es una amenaza para la democracia? Revista Cien Días.

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