FORO CUBANO Vol 4, No. 28 – TEMA: ANÉCDOTAS II–
Buena Vista Social Club: del pallezniy al baizuo
Por: Alejandro Cardozo Uzcátegui
Enero 2021
Vistas
A mediados de los noventa surge en Cuba el documental “Buena Vista Social Club” que a pesar de representar el fracaso de la Cuba de Fidel Castro, fue visto como una muestra de éxito. Acá una lectura alternativa del documental y de una década trascendental para el fin del mundo bipolar.
1990
1990 fue un año peregrino en la política. El 20 de febrero el Soviet Supremo emprendió el proyecto de disolución de las repúblicas de la Unión Soviética (URSS); todavía faltaba un año para la desaparición de las repúblicas soviéticas socias de Moscú, por ende, de la desmembración soviética. Aun cuando el Pacto de Varsovia hacía aguas (expiró en Praga el 1 de julio de 1991), a finales de diciembre de 1989, Nicolae Ceausescu junto con su esposa Elena, fueron fusilados. El otrora todopoderoso dictador comunista rumano, cantó la Internacional antes de morir. En paralelo a la muerte del matrimonio Ceausescu, ocurría esa misma semana de diciembre de 1989 la Operación Just Cause de Estados Unidos para derrocar y extraer al sátrapa panameño Manuel Noriega. La operación se extendió desde el 20 de diciembre de 1989 hasta el 31 de enero de 1990. En Polonia, el 9 de febrero, gana las elecciones Lech Walesa, líder de Solidaridad, el movimiento político que jaqueó al sistema comunista de la cortina de hierro: desintegró el Pacto de Varsovia y terminó por diluir a la poderosa URSS. El mismo día del triunfo de Walesa, comienzan las obras de demolición del muro de Berlín, y semanas antes, ambas Alemanias pactaban la reunificación monetaria (en octubre la RDA se liquida y pasa a formar parte de la RFA). En verano de 1990 se llevó a cabo la Operación Tormenta del Desierto, represalia de Estados Unidos y la fuerza de coalición facultada por Naciones Unidas, contra el dictador iraquí Saddam Hussein, por su invasión y anexión de Kuwait. El 25 de febrero los sandinistas son derrotados en las elecciones generales y Nicaragua se encauza hacia la democracia.
Expectativa unipolar
Solo por recordar una serie de hechos que en el transcurso de un año (1990) determinaron lo que he denominado en otro trabajo la década de “expectativa unipolar”, cuando Estados Unidos gana la Guerra Fría y el mundo entero veía por su televisión como caían dictadores y sátrapas, ganaban elecciones propuestas democratizadoras (Nicaragua y Chile en las Américas, los países bálticos, Albania, Polonia y Rumania en Europa del este), se reunificaba, paso a paso, Alemania. Y el núcleo central de toda aquella espiral histórico-ideológica, se apagaba: la Unión Soviética.
Así pues, los expectantes de todo ese proceso de 1990 percibían que ganaba la carrera histórica Estados Unidos, como potencia central vencedora de la Guerra Fría, y sus aliados europeos echaban adelante el mayor proyecto integracionista de la historia, la Unión Europea, entretanto, Alemania, donde acaso comenzó lo que se estaba finiquitando en 1990, también sufría un poderoso cambio político, geográfico, económico y social, que fue, como dijimos, su unificación desde la ocupación de los aliados en 1945 (de hecho, el 12 de septiembre de 1990, el presidente soviético Mijaíl Gorbachov firmó en Moscú el “Tratado sobre la Soberanía”, donde los aliados de la Segunda Guerra Mundial renuncian a sus derechos sobre Alemania).
Asimismo, Estados Unidos dio dos muestras de liderazgo unipolar al expulsar a Hussein de Kuwait y al extraer y encarcelar al dictador-delincuente de Panamá. Ambas operaciones fueron al mismo tiempo dos mensajes: Estados Unidos como vencedor de la Guerra Fría reclamaba sus derechos en forma de una suerte de ley global, basado en una perspectiva del desarrollo económico establecido en un proyecto de 1989, el conocido por todos “Consenso de Washington”, y el desarrollo político sobre los procesos de democratización globales. La disolución del relato autoritario comunista y el tránsito de las naciones ex-pacto de Varsovia hacia elecciones pluripartidistas, fue el mayor incentivo.
Quienes no entendieron Buena Vista Social Club
No obstante, de todo lo relatado, en 1990 también ocurrió un fenómeno que pasó por debajo de la mesa, pero acompañaba otro gran fenómeno idealizado por un nuevo relato pro-autoritario (de pallezniys y baizuos) que renacía –rápidamente– de sus propias cenizas, pero ahora vigorizado por un mundo unipolar, menos obsesivo en la “política real”, menos vigilante y, lamentablemente, triunfalista. La Cuba de Fidel Castro sobrevivía la progresiva disolución del Consejo de Ayuda Mutua Económica (el CAME, que fenece en junio de 1991) y el llamado “período especial en tiempos de paz”. La disolución del CAME fue nada menos que la desaparición de las ayudas y subsidios económicos de la URSS al Estado castrista. En 1992 Estados Unidos refuerza el bloqueo pues percibe que el mundo comunista occidental marcha hacia procesos democratizadores por diferentes vías desde 1989, y en Cuba, los hermanos Castro se hacen incluso, más poderosos dentro de sus relatos de ficción heroica “Venceremos”, “Patria o muerte”, “Revolución o nada”, etc. Es en 1990 cuando comienza una especie de estética política “David & Goliat” de la revolución cubana. Estética no programada por el aparato cultural cubano, es una fórmula estético-política que nace desde la iniciativa de otros actores culturales exógenos.
A mediados de los años 90 el productor musical Ry Cooder viaja a la isla para seguir tras la pista de un club de músicos prerrevolucionarios que fueron los dueños de la noche habanera entre los años 40 y 50. Según otros músicos locales, Cooder supo que muchos de estos prodigios del son, del mambo, de la guajira y del bolero sobrevivían en la isla. Emprende su búsqueda y se le ocurre la idea de dejar un registro fílmico de esa exploración que resultó en el documental de Wim Wenders, Buena Vista Social Club (1997). Pues en efecto, muchos de estos fenómenos de la música prerrevolucionaria sobrevivían en Cuba: anónimos, abandonados, olvidados y no reconocidos por el aparato cultural cubano. En el documental homónimo del club de músicos y de grabación Buena Vista Social Club, se percibe la miseria de sus habitaciones y, salvo algunos más jóvenes, la pobreza sistemática. Los dos que alcanzaron mayor fama, gracias al documental, Ibrahim Ferrer y Compay Segundo, apenas subsistían su mezquina vejez, en sendas chabolas urbanas de la derruida Habana tradicional.
Los músicos veteranos fueron convocados por Ry Cooder en la isla, y más tarde el productor logró sacarlos de Cuba para Nueva York, a dar un concierto en el Carnegie Hall. Allí los recibió el exilio cubano-estadounidense con banderas, abrazos, vítores, como héroes culturales sobrevivientes de la revolución apocalíptica, como diría John Gray sobre la bolchevique. Emotiva escena que, para cualquier observador con algún gradiente de crítica, era la propia escena del fracaso de la revolución de los Castro, y el triunfo del arte, o de la música; sin embargo, el fenómeno fue todo lo contrario: el mundo entero entendió el documental Buena Vista Social Club como el testimonio fílmico de una revolución heroica, romántica, nostálgica. En lugar de asumir que aquellos músicos ancianos, octogenarios, habían sido literalmente abandonados por el estado revolucionario, dado que representaban toda la estética prerrevolucionaria de la noche habanera, de los casinos, de los clubes, de los géneros musicales que la Nueva Trova amordazó; la gente vio en estos supervivientes unos prodigios productos históricos e integrales de la Cuba castrista; mujeres y hombres octogenarios, que dentro de la misma estética política de David & Goliat, luchan contra el adversario más grande, Estados Unidos, y derrotan a Goliat en el teatro imperialista Carnegie Hall.
Acaso se olvidan de la escena de Ibrahim Ferrer caminado por alguna avenida de Nueva York, cuando se detiene frente a la vitrina de una tienda musical, y observa –asombrado y conmovido– de todo lo que aquella isla-prisión y su revolución galera le habían negado.
Una de las tomas más sugerentes de Buena Vista Social Club, fue la captura de la fachada del teatro Karl Marx de La Habana, donde la “K” se había caído, como casi toda la estructura. Mi asombro, aquí justifico este texto como anécdota, es que yo vi ese documental en una sala de cine del centro cultural más grande mi ciudad –una ciudad universitaria– cuando estudiaba mi carrera. Asistí con diez o doce estudiantes de las carreras de Historia, Arte y Ciencias Políticas. Al salir, todos aquellos estudiantes reflexionaron sobre el documental pero en la clave estético-política de David & Goliat, argumentando que sin el bloqueo de Estados Unidos, esos músicos ancianos hubieran estado de gira desde hace 40 años, precisamente, los mismos años que la revolución castrista los hizo prisioneros culturales de su estilo musical, rehenes políticos de su edad –vivieron su Belle Époque antes del gobierno de los Castro y por ello fueron borrados del escenario cultural revolucionario– y expiados por el contexto económico de la isla.
No obstante, en vista del éxito de estos octogenarios, y tras el reconocido documental, que fue nominado por la academia de cine estadounidense para un Oscar y obtuvo, entre otros premios, el de mejor documental en el European Film Awards, la revolución cubana los integró a su aparato cultural, y empezaron a vivir –muy tarde porque la mayoría murió a principios de 2000– los privilegios de la nomenclatura revolucionaria dentro de la isla. La revolución se paga y se da el vuelto.
Conclusión
La década de los 90 fue una estación extraña, pues la expectativa unipolar diseminó una percepción de cambio de época con el fin del Pacto de Varsovia, la desmembración soviética y los procesos democráticos subsiguientes. Pero al igual que la masacre de Tiananmén en 1989, los Castro sobrevivieron los “vientos de cambio” (Wind of Change de Scorpion, 1990) gracias a la indulgencia de los pallezniy, los useful idiot, que en la jerga de la Guerra Fría se refiere a los simpatizantes –dentro de países democráticos y capitalistas– de regímenes comunistas, tratados con desdén y como “tontos útiles” por los propios comunistas. Asimismo, Buena Vista Social Club, en lugar de volverse una denuncia contra la dictadura castrista, contra su aparato cultural censurador y orwelliano, fue la voz –equívoca– de una romántica y nostálgica percepción de Cuba y su revolución fosilizada. Para este fenómeno, también funciona el neologismo chino de “baizuo”[1], para referir a esa izquierda regresiva, en el fondo sentimentalista y fútil, que hace una ostentación hipócrita de altruismo y empatía con los autoritarismos como el cubano o el venezolano, pero siempre desde la comodidad de su contexto democrático, liberal-capitalista y su superioridad moral de izquierda occidental.
[1] “Humanitarios hipócritas que abogan por la paz y la igualdad sólo para satisfacer su propio sentimiento de superioridad moral (…) obsesionados con la corrección política" Ver Zheng, Chenchen (2017), “El curioso ascenso de la izquierda blanca como insulto chino en Internet”, Open Democracy, rescatado el 21 de enero de 2021 en: www.opendemocracy.net/digitaliberties/chenchen-zhang/curious-rise-of-white-left-as-chinese-internet-insult