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FORO CUBANO Vol 5, No. 47 – TEMA: 11J: "A UN AÑO DEL GRITO DE LIBERTAD" –

A un año del 11J

Por:  Saily Gonzalez Velázquez

Agosto 2022

A un año del 11J tener sentimientos sobre esa fecha, lo que pasó en Cuba, y sus consecuencias, es como entrar en un bucle de encontronazos.

Primero llegan nítidas las imágenes de aquel día: el almuerzo en casa de mi madre, desde donde nunca más pude salir, y mi esposo, con los ojos brillantes de emoción, mostrándome lo que estaba pasando en San Antonio de Los Baños a través del perfil en Facebook de Yoan de La Cruz.

La noche antes casi no había dormido, muchos no habían dormido, Cuba necesitaba que miraran hacia ella y los twitteros estábamos decididos a lograrlo. Por días se había estado gritando por allá, de manera orgánica, SOS Cuba, se había convocado a hacerlo también a artistas e influencers, con bastante éxito. Había caído el mito de la «potencia médica» ante los ojos de miles de cubanos y queríamos que el mundo supiera la verdad.

 

Matanzas dolía de una manera movilizadora que nunca antes se había visto; esta vez no era una movilización convocada por el partido único , ni tampoco un forzado alarde de solidaridad que respaldaba el «producto revolucionario», era la respuesta de la juventud cubana a décadas de autoritarismo a través de la cual se intentaba demostrar que nosotros podíamos hacerlo mejor, que a nosotros sí que nos importaba la gente que moría en los pasillos de los hospitales, en contraposición a un poder para el que el bienestar de la gente había dejado de ser de interés mucho tiempo atrás. 

Aquel día fueron los hombres y mujeres de San Antonio de Los Baños los primeros valientes que toda Cuba decidió seguir, sin conocerlos, sin saber si tenían un programa político, sin que eso importara siquiera. Y con esos primeros valientes el poder se ha ensañado hasta el espanto: Yoan de La Cruz fue juzgado meses después vestido de rosado por su condición de homosexual, condenado además por hacerle saber al mundo que San Antonio estaba protestando en las calles; Jorge y Nadir Martin Perdomo, los hijos de Martha, han sido torturados en la cárcel donde los tribunales al servicio del autoritarismo han decidido que permanezcan por una decena de años. Ellos sabían que les pasaría, habían ayudado a contener en las protestas la rabia popular, habían gritado «Libertad», y eso era incongruente con el relato del poder que llamaba a los manifestantes vándalos, marginales, delincuentes. El autoritarismo existe en la ausencia del ciudadano, y el más mínimo atisbo de ciudadanía lo amenaza, lo descompone, y entiende que debe ser reprimido de la forma más terrible.

A San Antonio lo siguió Palma Soriano. En ese momento entendí, como todos los cubanos, que San Antonio en las calles no iba a ser una protesta aislada de un puñado de valientes, sino el inicio de un evento único en la historia de Cuba, un levantamiento nacional, marcado por un sentimiento colectivo que exigía el cambio de sistema como se escuchó gritar en Holguín.

Nadie me tuvo que avisar de que Santa Clara también saldría a las calles, lo presentí enseguida. Con la intermitencia de una internet con VPN (ya la habían cortado para que no pudiéramos ver lo que pasaba) leía en Twitter a quienes auguraban «se va a caer», veía a las cuentas de memeros diciendo que saldrían a las calles, como invitando a sus miles de seguidores a hacer los mismo, y entraba a los grupos de Telegram que se crearon de inmediato para organizar a la gente. Mis amigos me llamaban, yo los llamaba a ellos, nos preguntábamos qué hacer y dónde se estaba reuniendo la gente. Aún convalecientes de dengue como nos encontrábamos, mi esposo y yo nos pusimos los zapatos ante la posibilidad de que mi barrio aburguesado decidiera también salir a las calles, mientras mi madre me rogaba que no saliéramos en ningún caso.

Primero hubo un intento de reunirse en la Iglesia del Carmen, en el centro; luego se dijo que en la Candonga, y yo misma fui a comprobarlo bajo la excusa de ir a comprar galletas. En la esquina habían ubicado una wasabita con cuatro policías, me imagino que para evitar que la gente siguiera sumándose a la protesta. En la Candonga no había nadie y regresé.

Ya sin acceso alguno a internet decidimos encender el televisor. Allí avisaban de una alocución de Miguel Diaz-Canel a las 4:00pm en la que, lejos de apaciguar los ánimos, como debía hacer un verdadero líder, y haciendo honor al mote de «singa’o» que le había puesto la inteligencia popular, llamó a la confrontación directa entre los manifestantes y los «revolucionarios». «La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios», dijo, demostrando que la revolución era solo un cascarón utilizado para aunar a los adeptos al partido único, enemigos, para mayor contradicción, de cualquier grupo verdaderamente revolucionario, como lo eran los que tomaron las calles el 11J. Muchos entendimos las palabras de Díaz-Canel como un irresponsable llamado a la guerra civil. Aquello aumentó la rabia.

Llamé a mis empleados de Amarillo B&B quienes finalmente me dijeron que, como era de esperar, la manifestación en Santa Clara se estaba dando en el Condado, y que ellos se dirigían hacia allá. El Condado tiene fama de ser un barrio de gente negra, humilde y problemática, pero en los últimos años se había comportado más como un barrio de pequeños mercaderes. Mis empleados no vivían en el Condado, ni eran gente negra, humilde, ni problemática, eran muchachos que no llegaban a los 25 años, blancos, que recibían remesas de sus familiares en Estados Unidos, y trabajaban en el sector privado.

 

Nunca les he preguntado por qué salieron ellos a manifestarse el 11J, pero estoy segura, conociendo como lo hago sus ambiciones, que salieron exigiendo que se les permitiera ser, hacer y tener, un privilegio al que muy pocos jóvenes en Cuba tienen acceso.

Hablábamos cada media hora, y yo solo les pedía que se cuidaran y que rehuyeran a cualquier confrontación. En casa de mi madre nos mirábamos con la emoción de quien sabía que «aquello se estaba cayendo», que el pueblo en la calle finalmente acabaría con décadas de un autoritarismo que solo había generado miseria, malestar y éxodo para el pueblo cubano; nos sentíamos afortunados de tener la oportunidad de participar y aportar en el procesos de transición a la democracia en Cuba.

Al anochecer nos llegaron noticias, desde fuera de la isla, de que el exilio cubano llegaría con barcos a ayudar. Ya no había necesidad de seguir en las calles, me dijo uno de mis empleados, y además la policía estaba dando golpes y cogiendo presa a la gente.

No sé quién inventó la historia de la ayuda que llegaría en barcos, ni si fue una idea bienintencionada que algunos realmente creyeron que llevarían a cabo, o una treta de la contrainteligencia cubana para hacer que los manifestantes volvieran a sus casas, pero sin dudas fue una noticia desmovilizadora. También creo que fue una lección para las dos orillas cubanas: la orilla dentro de los límites geográficos sabe que la próxima vez la vuelta a casa debe estar precedida por la renuncia al poder de los «revolucionarios»; la otra parte de la nación cubana sabe que como exilio debe estar listo, con estrategias realistas y de verdadero apoyo, para un próximo estallido social. ¿Qué hacer mientras tanto? Es algo en lo que aún estamos en la fase de prueba y error.

Si el 11J fue probablemente el día más emocionante que vivimos los cubanos en los últimos 63 años, los días siguientes fueron los de mayor horror. Miles de los manifestantes se encontraban detenidos en las cárceles, donde aglomeraban en pequeñas celdas, y en medio de la crisis por el COVID-19, hasta a 15 personas; los torturaban, los golpeaban, los obligaban a gritar consignas contrarias a los reclamos que habían hecho en las calles y los amenazaban con no volver a ver nunca más la luz del sol. Miles de familiares iban de una estación de policía a otra preguntando donde estaban sus hijos e hijas, sus esposos y esposas, y en sus casas los hijos de los manifestantes preguntaban por sus padres. Miles de manifestantes que no fueron capturados durante las protestas temían constantemente ser objeto de la cacería que estaba llevando a cabo la policía, muchos lo fueron. Todo esto sucedía sin acceso a internet y con los medios oficialistas cubanos y a sus amplificadores extranjeros Russia Today y Telesur como única fuente de (des)información.

No tuvimos internet regularmente hasta el 15 de Julio. Al entrar en las redes sociales todo lo que se veía eran imágenes de la protesta, la represión durante y después, la denuncia  de personas desaparecidas, la condena al llamado a la guerra civil de Miguel Diaz-Canel, y seguía vigente el hashtag #SOSCuba como grito de resistencia que el autoritarismo intentaba desacreditar culpando, como siempre, a Estados Unidos, de que los jóvenes lo hubiesen adoptado como las siete letras que contenían su desconfianza en el maltrecho sistema socialista cubano como garante de su presente y futuro.

La vuelta de la internet trajo, a coexistir con el horror, un sentimiento de reconciliación entre las dos orillas que nunca antes se había visto. El exilio vio materializado su deseo de que desde dentro se exigiera también el cambio; los de adentro veíamos un exilio que, si bien no lograba llegar a ayudarnos, se mostraba preocupado y dispuesto a escuchar y amplificar nuestras voces. Este sentimiento duró algunos meses y fue desbaratado, no tengo dudas, por la contrainteligencia cubana: una maquinaria que se ha perfeccionado por 63 años y que sabe muy bien cómo aprovecharse de las bajas pasiones para distraer, confundir y dividir.

Mucho ha tenido que hacer el autoritarismo desde entonces para intentar hacerse respetar: juicios y condenas ejemplarizantes, destierros, represión en todas las formas posibles a quienes se determinan a no dejar morir el espíritu del 11J; pero en el camino ha caído su máscara, se ha presentado como la dictadura que es y a hacerle frente han aparecido fuerzas democráticas que tienen como necesidad primera el exigir el respeto a los derechos humanos y el cese del terrorismo de estado, fuerzas descabezadas y dispersas, es cierto, pero con una sorprendente capacidad de recambio, orgánica. Y a pesar de los intentos del poder de mostrar su hegemonía a través de la violencia, los cubanos siguen respondiendo con irreverencia: se siguen manifestando en las calles, siguen denunciando, siguen gritando SOS Cuba.

El partido único ha llevado el país a tal estado de miseria que los cubanos de la orilla dentro de los límites geográficos solo tienen dos opciones para conseguir un presente y un futuros dignos: emigrar o exigir un cambio, y no todos pueden ni quieren irse. Mientras tanto, los cubanos fuera de los límites geográficos, a donde he sido expulsada, sabemos que la única posibilidad de tener nosotros también un presente y un futuro dignos es exigir un cambio en nuestra patria. 

A un año del 11J el cambio es absolutamente inevitable, y yo sigo sintiéndome afortunada de tener la oportunidad de participar y aportar en el proceso de transición a la democracia en Cuba.

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