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La desigualdad en Cuba no es una consecuencia secundaria o indeseada de planes económicos imperfectos; en cambio, es un resultado directo y buscado de la estructuración de su economía. En el presente texto propongo repensar a Cuba como el conjunto de tres economías, cada cual con reglas y derechos distinguibles entre sí. La estratificación de la sociedad post-Soviética cubana se basa en la participación diferenciada de cada cubano en las tres relaciones de producción que cohabitan en el país: la economía social, el Estado empresarial y la economía autónoma. Veamos, entonces, estas tres esferas, sus actores, motivos y accionar, así como su reconfiguración desde la década de los 90 en adelante.

TEMA: POBREZA Y MISERIA

Sistemáticas de la desigualdad en Cuba: una introducción desde la economía política

Por: Louis Thiemann

Junio 2019

Sistemáticas de la desigualdad en Cuba: una introducción desde la economía política

En la tabla anterior podemos identificar una primera esfera: la economía social. En esta se configuran todas las operaciones sobrevivientes del Estado patriarcal, dígase un Estado que alimenta a sus pobladores, que les ofrece vestiduras, que les asigna un trabajo y les brinda tanto educación como salud gratuita, que provee una cuna cuando nace un hijo y un tanque de agua para reemplazar uno defectuoso. Esta parte del Estado cubano ha sobrevivido, pero a duras penas, porque depende más que nunca del sacrificio de su fuerza de trabajo, sean médicos, maestros, burócratas locales, o constructores de cunas y tanques de agua. En la economía social estos trabajadores perciben un salario medio mensual de 30 dólares y 68 centavos, una suma simbólica incluso para un sistema de subvenciones como el cubano. A pesar de este sacrificio generalizado, la economía social tiene un alcance cada vez más reducido. La famosa ‘libreta de racionamiento’, por ejemplo, ofrece cada año menos variedad de productos y en cantidades menores. En otros términos, hoy día el Estado patriarcal alimenta a su población durante la primera semana de cada mes, pero después esta debe suboordinarse a los precios de los supermercados del Estado empresarial, u operar en la economía autónoma.

Conviviendo de cerca con el Estado patriarcal se ubica una segunda esfera: El Estado empresarial y capitalista. En ella encontramos actores del Estado post-socialista: conglomerados que pertenecen a la cúpula militar, que operan dentro de un ámbito de intransparencia y con escaso balance de poderes, gerentes/cuadros graduados de escuelas de negocio, y determinadas empresas internacionales socias de esta élite. El capital más grande de Cuba es en este momento un conglomerado multisectorial nombrado Grupo de Administración Empresarial S.A. GAESA, por sus siglas, registra ventas entre 4 y 5 mil millones de dólares anuales, número que representa más del 10% del PIB cubano.

Mediante GAESA y otros conglomerados menores, el Estado empresarial concentra y controla casi todos los sectores económicos rentables. Institucionalmente separado de cualquier motivo social, el Estado empresarial persigue optimizar sus márgenes y hacer profit. Sin embargo, el aumento de sus márgenes es únicamente posible por el monopolio que ejerce sobre sectores económicos claves y por la regulación de sus posibles competidores. Ninguna empresa extranjera puede vender sus productos y servicios sin la participación del Estado empresarial, mientras que a los cubanos les son otorgadas únicamente aquellas licencias y espacios económicos que no interfieren con los monopolios ya establecidos. Es importante entender que varios monopolios claves que en su momento fueron establecidos para hacer posible el papel del Estado patriarcal ahora sirven al Estado empresarial. Los altos subsidios se convirtieron así en altos márgenes. Bajo estas condiciones, los proyectos de GAESA y otras corporaciones crecen muy rápidamente y aunque son empresas sumamente ineficientes logran invertir en sus cadenas de valor y establecer sus sucursales (por ejemplo, las tiendas TRD y Panamericana) a lo largo del país.

Parte de esta condición favorable para el joven capitalismo estatal es que disfruta de acceso directo al poder. Aquí existen contrastes interesantes, por ejemplo, es muy probable que los directores del Estado empresarial tengan más potestad de tomar decisiones claves sobre la economía que los cuadros del Estado patriarcal. Esta segunda categoría, que tradicionalmente ocupa puestos en los diferentes ministerios civiles, incluye al nuevo presidente Díaz-Canel. Los principales órganos del poder así han llegado a reunir a dos funciones contradictorias: El mejoramiento de las condiciones del pueblo (en pesos cubanos), y el mejoramiento de su explotación (en pesos convertibles).

Una tercera esfera de la economía hace contrapeso a las dos primeras: las diversas actividades autónomas que conviven en el mercado negro y, a menor escala, en el cuentapropismo. Todos los hogares cubanos participan diariamente en ella: cuando compran víveres o la prensa diaria; cuando pagan el consumo eléctrico del hogar; cuando se transportan, ya sea mediante buses públicos o taxis privados; cuando construyen o reparan sus casas; cuando tramitan cualquier permiso u documentación legal. Aunque es difícil comprobarlo cuantitativamente, es muy probable que la economía autónoma constituya la más grande de las tres, y la que más ‘resuelve’ la vida diaria de los cubanos.

La gran mayoría de los trabajadores estatales dependen de actividades alternativas para suplementar sus salarios. Una gran parte de estas actividades se desarrollan durante su jornada laboral y en su propio puesto de trabajo. El comercio ilegal, el desvío de activos, el pequeño soborno, el impago de impuestos y el robo, todos forman parte de una vida ilegal diaria que, por necesidad, los cubanos han legitimado. Una palabra que muchas veces se usa para describir este fenómeno es ‘la lucha’. La lucha es lo que hace falta para seguir viviendo, lo que hace falta para mover al país desde abajo, y también lo que permite resistir a un gobierno que no da espacio a la manifestación política; entonces, la gente se manifiesta en lo económico. Una pequeña parte de estas ‘ilegalidades’ ha sido legalizada durante las últimas décadas, pero en general la esfera autónoma es una serie de economías ilegales, informales, que resisten al poder pero a la vez lo evitan. Aunque no tiene acceso al poder –por ejemplo, no puede formar sindicatos o asociaciones– es una economía tan aplastantemente necesaria para la supervivencia de la población y las instituciones, que de forma general el gobierno la tolera, pero siempre manteniéndola en un estado de ilegalidad que le permita reprimirla selectivamente en caso necesario.

En términos históricos podemos decir que en la primera transición que efectua el gobierno de Fidel Castro, entre 1959 y 1989 se instituye un esquema de economía mixta. Representa la transición del primer mundo (del que Cuba era más que un candidato serio, como Chile, Argentina, Italia o la propia España) al segundo. En todas las economías del entonces segundo mundo, el Estado patriarcal –y su motivación igualitaria– había sido la principal fuerza organizadora de la sociedad. También, en cada economía del socialismo real habían sobrevivido a las más empresariales (especialmente en el comercio exterior), así como un robusto mercado negro y una economía informal extensa.

Sin embargo, en Cuba se efectuó una segunda transición de epoca, la cual empieza a fines de los 80 y dura hasta nuestros días. En ella la relación entre las tres economías se invierte: la población empieza a resistir más y más contra la escasez, por lo tanto, la actividad autónoma, subalterna e informal se convierte en la principal economía. Mientras tanto, el Estado empresarial se impone al Estado patriarcal; este último, con todos sus motivos sociales y sus ideales del Hombre Nuevo, de la solidaridad, la igualdad y la educación científica, se ve cada vez más relegado.

En las tres últimas décadas el gobierno cubano se ha referido a Cuba como un país del tercer mundo. En consecuencia, ha limitado sus políticas internas y externas a las posibilidades que tiene un gobierno tercermundista. A su vez, la población se transforma: en 1989 era una sociedad segundo-mundista –de proletarios que obedecen los comandos de la economía planificada, pero con su salario pueden vivir una vida industrializada, mantener ideales y esperanzas. Hoy Cuba es una sociedad de individuos tercer-mundistas –que piensan ante todo en subsistencia, que gastan la mayoría de sus ingresos en comida, que se mueven por la economía informalmente, y que tienen en su vida real cada vez menos espacio y utilidad para la educación formal, a no ser para emigrar con un título en mano.

Resulta complejo darle un adjetivo a esta última transición cubana. Ya no podemos hablar de una economía socialista –la economía social se ha reducido mientras que la desigualdad ha alcanzado niveles comparables con los países de la región, y mayores que en Estados Unidos, Europa y Asia. A su vez, no es una economía capitalista –prácticamente no hay competencia, y es el Estado (y sus Fuerzas Armadas) quien gobierna las principales empresas. Además, la reconcentración de capital en actores cercanos a la élite recuerda a Rusia en los años 90, pero sobre todo a los países de Asia Central, donde el fin del comunismo tampoco derivó en economías pluralistas, en tanto militares y clanes de antiguos gerentes del partido lograron integrar poder político y monopolio empresarial.

Quizás podemos decir que este marco binario de socialismo-capitalismo no es útil para analizar a Cuba, que se necesita amplificar la vista. En la práctica diaria, Cuba es ante todo una economía informal, de producción artesana y campesina, de pequeños negocios subalternos, de empresas estatales en las que la mayoría de los recursos y productos se desvían. Si tomamos esta perspectiva, habría que ubicar a Cuba más cerca de las economías menos desarrolladas, que suelen ser economías muy informales y de muy baja productividad. Ciertamente, si del PIB cubano se substraen las remesas y la ayuda de gobiernos aliados, resta una cifra per cápita muy semejante al de países como Tanzania o Kenya, o en la región, como Honduras y Nicaragua.

Es oportuno comentar que el proceso que ahora mismo vemos en Venezuela: pérdida de capital y de infraestructura, depauperación de sectores industriales al punto de que no pueden volver a ser reactivados, pérdida de capacidad habitacional por su estado precario, es un proceso que ya ha terminado en Cuba. Queda una población con cierta demanda y cierta aspiración, pero no existen a grandes rasgos los bienes de una economía productiva que pudiera satisfacer esta demanda.

Por tanto, no resulta completamente cierto afirmar que existe un único sistema económico cubano, y que este genera pobreza y desigualdad. Debemos entender, en cambio, que la desigualdad entre todos y la pobreza de algunos es producto de la existencia de una profunda desigualdad en los derechos económicos de cada sujeto. Mientras unos tienen permitido operar como empresarios, otros están acorralados en el mercado negro. Mientras algunas profesiones pueden ejercerse por cuenta propia, otras están sujetas a las reglas y los salarios simbólicos de la economía social. Mientras algunos cubanos se deben sacrificar para el bien de la sociedad, otros pueden explotar a sus compatriotas sin grandes obstáculos. Es esta coexistencia de sistemas y lógicas contrarias que permea y define los principales aspectos económicos de la vida en la isla y que ha devenido el proyecto político pos-socialista del gobierno del PCC.

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