TEMA: ESPECIAL DE CENSURA
La Revolución cubana y una maestra contrarrevolucionaria
Por: Omara Ruiz - Urquiola*
Agosto 2019
*profesora universitaria Cubana Expulsada del Instituto Superior de Diseño de La Habana
Mientras La Habana queda inmovilizada por una nueva “coyuntura” de precariedad energética (otra más), proclamada eufemísticamente por el presidente entre chistes mal contados y peor asimilados; una amiga me dice que otro conocido nuestro del ámbito intelectual le había comentado que yo era de derecha, con toda la carga peyorativa que en nuestro círculo esa clasificación soporta.
Hace unos años me habría parecido, cuanto menos, extraño; hoy lo comprendo sin dificultad y hasta lógica le encuentro a su tipificación. Parto del credo ideológico asimilado por la gran mayoría de los intelectuales, no solo cubanos, sino de gran parte del ámbito académico internacional desde el que, quien asume alguna postura confrontacional, somera o profunda, respecto al mito revolucionario cubano, es ubicado en una suerte de segundo plano o grisura tendiente al precipicio de los excomulgados del parnaso de la corrección política. Lugar en el que, seguramente, debe cohabitarse entre valores como la integridad, humanismo, altruismo, consagración, y otras tantas cualidades consagradas tradicionalmente a los progresistas[1]: los avantgarde, es decir, los revolucionarios. Esos elegidos del tiempo para hacer avanzar a la masa en pos de metas superiores, o simplemente, hacia el futuro luminoso[2].
Campaña de Alfabetización, 1961, fot. Korda, en: http://bit.ly/2IUP6As
Pero ahora, mediando el 2019, transcurre mi primer septiembre lejos de las aulas, de repente perdí méritos para integrar el claustro universitario, extrañamente poco después de haber alcanzado la categoría docente de Profesor Auxiliar (una de las dos superiores con que se avala a los académicos en Cuba).
El primer paso, y con la intención inicial de pleitear la democión, fue revisar y actualizar mi currículo. Encontré incluso documentos que antes había pasado por alto y respaldaban mi, nunca antes cuestionada, trayectoria docente e investigativa. Leí, releí, no podía sostenerse el “argumento”, yo seguía siendo yo, y no era parte de un ensayo surrealista ni nada similar, mi noción de lo insólito estaba en el mismo lugar de siempre, había perdido el trabajo, no la cordura.
Solo me quedaba examinar mi proyección social más allá del aula. Fue fácil identificar la anomalía, desde 2016 mi presencia en los medios, redes sociales fundamentalmente, había progresado de prácticamente nula, a notable. Solo eso ha cambiado, ahí radica la situación de conflicto, dramatúrgicamente hablando. Desde ese nodo se genera la trama de secuencias que culminan en mi separación de la plantilla fija del Instituto Superior de Diseño, adscripto a la Universidad de La Habana, curiosamente por ese mismo tiempo.
Resulta que llego a los medios a partir de que mi hermano, recién expulsado de la misma Universidad que ahora me desecha, decidió hacer una huelga de hambre y sed frente a la Sala de Quimioterapia Ambulatoria del Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología, INOR. Una vez más me dejaban desamparada, sin la medicación imprescindible para mantenerme con vida dada mi condición oncológica. El Dr. Ariel Ruiz Urquiola, ponía en tela de juicio la bandera de la sanidad pública cubana, enarbolada persistentemente por la hermandad tácita de signo izquierdista cuando de cuestionar la realidad cubana se trata. Tal sería la probabilidad del costo político, que en 48 horas se resolvió una compra a postergarse inicialmente por seis meses, cuando ya no existiéramos las demandantes. Un familiar científico emigrado me dijo: le movieron la cadena al malvado dragón[3]. Yo sabía que algo había echado a andar.
Ariel Ruiz Urquiola, huelga en 2016 frente al inor, en: http://medicinacubana.blogspot.com
Este suceso, desencadenó, gracias a las redes sociales, todo el movimiento solidario de nuestra “sociedad civil diferente” (González, 2017), la cubana. Aún internet no se había personalizado en los celulares, y la prensa independiente destacaba colmando los vacíos informativos que demandaba nuestra diáspora. La movilización de conocidos, amigos y simpatizantes, me permitió viajar a España para realizarme un examen diagnóstico. Tuve, como siempre que alguna contingencia médica lo demandara, la precaución de dejar cubiertas mis responsabilidades docentes en coordinación con el profesor a cargo del año. Al regreso, cuando salía de una sesión de trabajo con mi alumna de tesis, noté el descuento salarial. Confronté al personal que atiende recursos humanos, éste responsabilizó a la decana, quien, según ellos, pidió expresamente se me afectara salarialmente. Era febrero de 2017, avanzaba la sombra represiva.
Incontables las provocaciones desde entonces. Han oscilado desde irrumpir en el aula para pretender sacar alumnos de mi clase y dirigirlos a actividades extra-docentes, a lo que me enfrenté con toda energía impidiendo el desmán, hasta planear monitorearme con un docente presencial durante la impartición de las asignaturas de las que soy profesora principal. Siempre esgrimo el apego histórico de la universidad cubana al ideario autonómico latinoamericano, que hace de las instituciones de enseñanza superior centros de ensayo del proyecto republicano desde la primera mitad del siglo XX.Pero ese es un tema tabú en la Universidad de La Habana: la Autonomía Universitaria.
Cuando mis estudiantes me preguntaban en clase de Cultura Cubana, yo explicaba superficialmente y los direccionaba a revisar los estatutos fundacionales de la Federación Estudiantil Universitaria, FEU. Esta organización, a la que pertenecen todos mis alumnos, emanó de la contundencia y energía de un pensador marxista, el líder estudiantil Julio Antonio Mella, un hombre de izquierda. Yo los compulsaba a indagar en el comunismo fundador de una universidad libre, aunque en honor a la verdad, Mella fue un comunista incómodo, un inconforme, demasiado revolucionario tal vez porque venía de los finales de los 20´s, de convivir con la bohemia plástica, musical, y literaria de esos años.
Me doy cuenta de que siempre vuelvo a la izquierda, cada vez que reclamo un derecho conecto con algún suceso histórico de filiación progresista. Entonces viene la confusión: yo me anclo en los paradigmas que difunde como propios la misma entelequia que me adversa, la Revolución cubana. Yo me defiendo, ella me aplasta, el ciclo se hace agónico y parece que solo culmina con la muerte, la mía lógicamente, porque ella deja clara su continuidad per secula seculorum. Y ¿quién soy yo para desafiar a la dueña de todos los conceptos loables y correcciones ideológicas?, líbreme Dios!
Perdón, esa es otra de mis debilidades, católica para colmo de males. Conservadora[4], seguramente diría el amigo anti-derechista.
Sometida y, consecuentemente descalificada por el escrutinio de los gendarmes terrenales de la augusta, incólume y eterna Revolución cubana, solo me queda analizar la lógica de su invariable actuar a partir de sus devenires, siempre apegados a la más estricta fidelidad hacia los principios militantes de nuestra izquierda revolucionaria, sabedora de la “noción del momento histórico” (Castro, 2001), e irremediablemente partidista.
Los ejecutores de esta tarea revolucionaria, la de mi despido, son todos miembros del Partido Comunista. Quien lleva años buscando algún asidero para incidir negativamente en mi carga docente, proviene de la dirección de la OSPAAAL[5]; de hecho, ha logrado impartir, conforme al intrusismo y desprofesionalización que los distingue, algún curso sobre cartelística política (sin estar entre las únicas tres historiadoras del diseño cubano con que cuenta la universidad). Todos mis censores son profesionales de izquierda, adargueros del Partido y su Revolución.
Viene a mi mente algún cartel de la OSPAAL, la excelente gráfica política de la época de oro del cartel cubano que sostenía mediáticamente toda la movilización ideológica de la izquierda setentera. Aquellos carteles apuntalaban visualmente, desde los claustros universitarios, a las insurgencias urbanas y rurales que emplazaban a democracias representativas y regímenes castrenses en el Continente. La historia va desmitificando a unos y otros, los dictadores murieron o dieron con sus huesos en la cárcel, los guerrilleros remanentes envejecieron y caminan hacia las urnas amparados por las constituciones cada vez más inclusivas y ciudadanas, alguno se aferra a su vocación totalitaria.
Cartel para la OSPAAAL, A. Rostgaard, 1969
Por el mundo corren tiempos de leyes emanadas del debate de contrarios, las repúblicas se hacen “con todos y para el bien de todos” (Martí, 1891), y Cuba tiene una Ley de Leyes muy joven, de apenas un año. Yo no la voté, no confié en el proceso que la llevó a la palestra, plagado de contravenciones tan evidentes como la propia inmadurez política de la masa aparentemente homogénea que participó del simulacro democrático.
Esta Carta Magna que, también, se dice progresista, antepone el partidismo político a la República y “buenas costumbres”, a derechos de la comunidad LGBTI o lealtad incondicional al credo socialista, en detrimento de libertades civiles básicas. Vienen a mi memoria los estatutos de la Liga de la Decencia, la Moral y las Buenas Costumbres enarbolados por lo más retrógrado de nuestra sociedad pre-revolucionaria. Me costó dar crédito al calco histórico, ¿es nuestra izquierda revolucionaria apropiándose de las cláusulas burguesas que otrora desdeñó a golpe de teorías liberadoras (o del mismísimo libre albedrío)? Ya no sé nada.
Vuelvo a leer conceptos de izquierda y derecha, hay vallas publicitarias por toda la ciudad que confirman que vivo inmersa en un proceso social de profunda raíz progresista; entonces reparo en mi actual circunstancia, que fue la de otros profesores y alumnos separados de la universidad revolucionaria por razones ideológicas. Y en la incertidumbre de no saber el paradero de mi amigo, el artista plástico, Luis Manuel Otero Alcántara, desaparecido hace 72 horas después de asistir a un vernissage en la galería independiente que lleva junto a otros creadores underground y, quién dicen los vecinos, fue golpeado salvajemente. Quizás por eso no lo muestran, sería evidenciar las torturas, aún pagan ese costo político desde la represión a la Marcha LGBTI en mayo.
Marcha por los derechos de la comunidad LGBTI, conocida como 11M a partir de la represión (Archivo de la autora)
Según voy consultando bibliografía aparente, más hacia la derecha me va quedando la Revolución que insiste, furibundamente, en catalogarse de izquierda. Y es que esta, la izquierda, se define por ser el “Conjunto de personas que profesan ideas reformistas o, en general, no conservadoras” (RAE, 2018). Considero que sufrimos un delirio linneano muchísimos intelectuales cubanos, latinoamericanos, europeos y hasta norteamericanos, el apego a nociones agrupadoras nos hace evadir la realidad, y nos elevamos al paraninfo catedrático complaciente desde el concepto, siempre esquivo de lo terrenal, y de la verdad a fin de cuentas.
Sin embargo, hay que nombrar las cosas, los fenómenos, las gentes, todo. Es parte de nuestra condición como seres individuales necesitados del orden que estructura y conforma realidades sociales más generales. Así que me contextualizo, y mi medio social se nombra a sí mismo de una forma, pero se manifiesta según lo opuesto, opera en consonancia con lo que discursivamente adversa, “ese conjunto de personas que profesan ideas conservadoras” (RAE, 2018), la derecha.
Asisto a la enajenación de la Revolución cubana de su propia esencia, ella se desdice con su actuar, se decoloran las fotografías de la épica revolucionaria de los 60´s, y aquellas sonrisas claras de jóvenes lanzados a dominar su futuro me traen a la memoria a los muchachos del Prado cuando marchaban alegres y esperanzados por sus derechos. A LuisMa y Yanelis, tan libres y limpios de alma peleando derechos culturales para toda una nación asfixiada, envejecida y doliente; y ellos sin miedo, tan felices de la vida como aquellos antes.
Luis Manuel Otero Alcántara y Yanelis Núñez Leyva, en: https://www.revistaelestornudo.com/una-carta-349-il
La Revolución nos desdeña, aunque me vea a mí misma como alguien que lucha por “cambiar todo lo que debe ser cambiado” (Castro, 2001), ella es sabia y considera que todo está en su sitio, y quien critica forma parte de la agenda imperialista. Es el discurso del enemigo omnipresente, ese al cual debo estar afiliada por cuestionar el dogma de la fe revolucionaria; por ende, soy una contrarrevolucionaria, y sin desviarnos del concepto inicial, también soy de derecha.
La izquierda hace las revoluciones, y la cubana es la más a la izquierda. Es algo así como su hija dilecta, la histórica, la que trasciende en el tiempo. Ha sobrevivido tanto que sus descendientes heredamos un amasijo inerte, sin vitalidad, repetitivo, decrépito como sus hacedores, sostenida por la fuerza y la vileza de los guardianes del símbolo[6], en detrimento de los seres vivientes que aún nacemos en la isla elegida con la que sueñan idealistas distantes, diletantes de oficio y con beneficios.
Los pruritos remanentes de mi formación marxista-leninista, ya nada representan. A la memoria me vienen los recuerdos dictados por Bartolomé de las Casas, el protector de indios en la América de la conquista. El fraile narró lo que el cacique Hatuey dijo ante la hoguera, el indio soberbio despreció su sitio en el paraíso, tendría que compartirlo con los causantes de su martirio. El razonamiento de Hatuey es simple, tanto como mi rechazo a los atrincheramientos ideológicos que avalan al régimen dictatorial cubano, por izquierdosamente dulces que suenen sus himnos, entiendo que no merezco entrar al cielo de la izquierda, y eso me deja en paz con mi conciencia.
Referencias
De las Casas, B. (1552) Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Disponible en:
Castro, F. (2001). “Concepto de Revolución”. Ecured. Disponible en: http://www.ecured.cu/Revoluci%C3%B3n
Diccionario de la lengua española. Edición del Tricentenario. (Actualización 2018). Disponible en:
http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=izquierdo
Gonzálezs, B. (2017). “Una sociedad civil diferente”. Diario de Cuba. Disponible en: http://m.diariodecuba.com/cuba/1489010614_29511.html
Martí, J. (1891). “Con todos y para el bien de todos”. Discurso pronunciado en el Liceo de Tampa. Disponible en:
[1] “Adj. Dicho de una persona o de una colectividad: De ideas y actitudes avanzadas” (RAE, 2018).
[2] Alegoría permanente en el discurso triunfalista de corte populista, muy empleada por los líderes de la revolución cubana durante las dos primeras décadas del proceso (N.A).
[3] Dicharacho utilizado en la narrativa infantil (N.A).
[4] “En política, especialmente favorable a mantener el orden social y los valores tradicionales frente a las innovaciones y los cambios radicales” (RAE, 2018).
[5] OSPAAAL: Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina, fundada en 1966 por la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana.
[6] Elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, de una idea, de una cierta condición, etc. La bandera es símbolo de la patria. La paloma es el símbolo de la paz. (RAE, 2018)