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FORO CUBANO Vol 5, No. 47 – TEMA: 11J: "A UN AÑO DEL GRITO DE LIBERTAD" –

Escena totalitaria en régimen necropolítico: Cuba

Por:  Ileana Diéguez [1]

Agosto 2022

       Como ha dicho Hanna Arendt, “la política se basa en el hecho de la pluralidad”, en tanto implica convivir “[las]/los unos con los otros/[las otras] y [las/]los diversos” (1997, 45)  a partir de las diferencias. La política se juega en el modo de estar, de coexistir, en el modo de tolerarnos o disputarnos en el espacio intersubjetivo que es el espacio donde se exponen los afectos que son “la materia misma de lo social” (Lordon, 33) .  La disputa por el derecho a la expresión y la protesta en el espacio público en Cuba es una larga batalla que tuvo un paradigmático clímax el 11 de julio de 2021 (11J).


Entender la política como una “economía de la visibilidad” (Lordon, 82) me ha empujado a utilizar las estrategias de la teatralidad y la performatividad para visibilizar zonas de acción de antemano descalificadas porque no corresponden a los esquemas de la política tradicional. Subrayo entonces la teatralidad desplegada como acto de mirada, siguiendo la premisa de observar el mundo como espacio de representaciones.


El sociólogo Georges Balandier ha planteado que el poder modela lo real a través de lo imaginario utilizando el recurso ficcional para alimentar la idea de un porvenir idóneo; de manera que el Estado aparece como el productor de un teatro de ilusiones, muy especialmente en el caso de las sociedades totalitarias, donde la función unificadora se intenta desarrollar a su más alto grado (20) . En sus reflexiones sobre el poder totalitario Hannah Arendt señaló a la Policía Secreta como “ejecutora y guardiana” para la “transformación de la realidad en ficción” (317) . Me estoy refiriendo a Los orígenes del totalitarismo, el texto que funcionó como una especie de “prólogo de INSTAR” (Bruguera, 2020, 264)  y que fue leído en La Habana por Tania Bruguera y sus colaboradores durante cien horas . Haberlo leído en alta voz, desde la casa y el barrio, y haber generado la posibilidad de que se escucharan tales reflexiones sobre los regímenes concentracionarios nazistas y stalinistas productores del modelo de estado totalitarista, operaba como una performatividad de disenso que pudiera propiciar detonaciones intersubjetivas. Como ha dicho la propia Tania a partir de su propia experiencia, la policía secreta cubana experta en espiar y manipular suele informarse mínimamente sobre los asuntos que interroga: “… pensé que sería una gran idea usar a Hannah Arendt, porque iban a tener que leer al menos dos páginas para tener algo que decirme en el siguiente interrogatorio. Así que fue una jugada estratégica” (2020, 263).


No indago la complejidad totalitaria con el propósito de que prevalezca en nuestros imaginarios como la categoría desde la cual definir lo que sucede en esa isla donde nacimos, donde vivimos la mitad o parte de nuestras vidas, donde viven nuestras familias y afectos. Cuando necesitamos definirla rápidamente con alguna palabra decimos dictadura o totalitarismo. He buscado respuestas que nos permitan nombrar con mayor precisión el estado represivo y la miserable barbarie en la que se vive en Cuba. Curiosamente Carl J. Friedrich planteó el término “dictadura totalitaria” (69) . Más allá de la lucidez de los primeros pensadores como el propio Friedrich y Hannah Arendt, la socióloga argentina Claudia Hilb ha realizado una contribución importante a esta discusión. Al régimen que gobierna en Cuba se le ha asociado a una dictadura que es un referente latinoamericano del terror impuesto por un grupo de poder militar. Pero, como ha dicho Claudia Hilb, “el concepto de dictadura tal como se usa es más una calificación moral que un concepto político conveniente para este tipo de régimen”, y es necesario considerarlo “en la senda de las definiciones de los regímenes totalitarios” o “régimen de dominación total” .


El argumento desarrollado por Hilb en torno al llamado “proceso revolucionario cubano” se centra en mostrar que la promoción de la igualdad, impulsada por la Revolución cubana, “estaba indisociablemente ligada a la conformación de un régimen de dominación total”. Hilb recabó datos duros que daban cuenta del fracaso económico de aquella “utopía”, aportó singulares reflexiones sobre el modo en que un hombre concentró el poder de manera absoluta mientras se convertía en el corifeo aplaudido por el pensamiento progresista latinoamericano. Silencio, Cuba -como se tituló su libro - cierra con la esperanza de que lo expuesto en sus páginas aporte otra mirada a esa “izquierda democrática”, alentándola a abandonar “su silencio vergonzoso” y su “apoyo explícito al régimen de dominación total surgido de la Revolución cubana”.


Indagar en este entramado no sólo tiene como propósito orientarse ante el panorama represivo del régimen insular. Es también el modo en que intento exponer lo que me interesa pensar como escena totalitaria. Como he dicho, la teatralidad me ha permitido comprender el funcionamiento de escenarios de dominación, a la vez que me alienta en el camino de la desautomatización. Al menos, me ha permitido pensar y utilizar eso que Roselind Krauss nombró como “el alargamiento de los términos” para intentar realizar operaciones teóricas como desmontajes políticos.


Nicolás Evreinov, uno de los primeros estudiosos de la teatralidad social, propuso la noción de “teatrocracia” como “el único régimen durable” al que consideró “por encima de todos los regímenes políticos” (1936, 85) . Busco entender el tejido escénico del totalitarismo para acceder al modelo dramático que ha sostenido su expansión y sigue sosteniendo su teatrocracia. ¿Cómo sería el sistema representacional de esa escena para que podamos entender su tejido de signos como representación totalitaria?


A partir de la idea de “teatrocracia” Georges Balandier reflexionó la teatralidad como dispositivo amplificador de las retóricas estatales, afirmando que precisamente por medio de la teatralidad todo poder político obtiene la subordinación (1994, p. 23). Balandier abordó la maquinaria totalitarista como un escenario donde la autoridad extrema sus funciones pedagógicas para garantizar la sumisión al mandato supremo en clave dramática. Desde los tiempos de las ejecuciones públicas administradas por la Inquisición o por los “sacrificios de fundación” durante la Revolución francesa, el teatro del horror está vinculado a la expectación de las decapitaciones, mutilaciones o cualquiera de las diversas formas de tortura y de liquidaciones corporales. Pero sin duda, habría que decir que está vinculado al ejercicio y diseminación del terror por todos los medios posibles que aseguren un espacio de muerte y de miedo. La escena política asume una forma trágica cuando la acusación sobre aquellos que amenazan los llamados “valores supremos” es utilizada para legitimar la muerte física o moral (1994, p. 24). Mediante el uso retórico de los cuerpos y las palabras, la espectacularidad política se organiza para sancionar públicamente la transgresión. La performatividad punitiva, capaz de someter mediante el terror, hace parte importante de las formas pedagógicas estatales profundamente comprometidas con lo que Michael Taussig pensó como la proliferación de “espacios de muerte” (1993, 26). En sus reflexiones en torno a “la magia del Estado”, Taussig (2015, 95)  planteó la idea de una mimesis de la muerte que se ejerce como inducción a una representacionalidad capaz de dar cuenta de la autoridad de la muerte, y en el caso cubano me atrevo a agregar, la intencionalidad de producir lo que llama Mbembe como “muertos vivientes” o conductas zombi. Esta forma de “organización mimética” busca reproducir un sujeto “como sujeto del ser estatal” que responda a la máxima “muero, luego existo” y que conecta con las condiciones de dominio de las necropolíticas. ¿Cómo pensar hoy la noción de totalitarismo en vínculo con una noción más tardía y actual como la necropolítica?


Desde las reflexiones de Michel Foucault sobre la biopolítica se ha entendido el dominio y control de la vida como forma de funcionamiento de los estados modernos. A partir de esta filosofía analítica sobre el poder, Achille Mbembe ha introducido consideraciones que implican una radicalización respecto al pensamiento biopolítico y una proposición analítica en torno a la necropolítica. La percepción del otro/la otra como una amenaza mortal o un peligro absoluto “cuya eliminación biofísica reforzaría mi potencial de vida y de seguridad” es planteada por Mbembe  como parte de los imaginarios de las soberanías, tanto de la primera como de la segunda modernidad. Las relaciones entre Estado y terror provienen de fuentes múltiples, pero el terror siempre se ha erigido como componente necesario de lo político. El terror está ligado a la “creencia utópica del poder sin límites de la razón humana”, como también a “los diferentes relatos de la dominación y la emancipación, que se han apoyado mayoritariamente en las concepciones de la verdad y el error, de lo «real» y lo simbólico, heredadas del Siglo de las Luces”.  El terror revolucionario, tal y como se ha practicado, ha hecho de la pluralidad humana un obstáculo para “la realización final del telos predeterminado de la Historia” (30). Y en particular, expone Mbembe, “el sujeto de la modernidad marxista es fundamentalmente un sujeto que intenta demostrar su soberanía mediante la lucha a muerte” (31). Desde las reflexiones de Michel Foucault sobre la biopolítica se ha entendido el dominio y control de la vida como forma de funcionamiento de los estados modernos. A partir de esta filosofía analítica sobre el poder, Achille Mbembe ha introducido consideraciones que implican una radicalización respecto al pensamiento biopolítico y una proposición analítica en torno a la necropolítica. La percepción del otro/la otra como una amenaza mortal o un peligro absoluto “cuya eliminación biofísica reforzaría mi potencial de vida y de seguridad” es planteada por Mbembe como parte de los imaginarios de las soberanías, tanto de la primera como de la segunda modernidad. Las relaciones entre Estado y terror provienen de fuentes múltiples, pero el terror siempre se ha erigido como componente necesario de lo político. El terror está ligado a la “creencia utópica del poder sin límites de la razón humana”, como también a “los diferentes relatos de la dominación y la emancipación, que se han apoyado mayoritariamente en las concepciones de la verdad y el error, de lo «real» y lo simbólico, heredadas del Siglo de las Luces”.  El terror revolucionario, tal y como se ha practicado, ha hecho de la pluralidad humana un obstáculo para “la realización final del telos predeterminado de la Historia” (30). Y en particular, expone Mbembe, “el sujeto de la modernidad marxista es fundamentalmente un sujeto que intenta demostrar su soberanía mediante la lucha a muerte” (31).


Para Mbembe la biopolítica es hoy insuficiente para explicar las tecnologías de sometimiento, e introduce el necropoder para pensar los procesos de dominación en la modernidad tardía. Expone la ocupación colonial de Palestina como situación de explícito necropoder donde violencia y soberanía reivindican un fundamento divino y la cualidad de pueblo se encuentra forjada por la veneración de una deidad mítica (46). Pienso, salvando las inmensas diferencias culturales, territoriales, religiosas, sociopolíticas, el modo en que esta expresión resuena para quienes habitualmente escuchamos los discursos de mitificación en torno a la Revolución cubana y su líder principal, idealizado como si se tratara de una deidad. Como si ese mito importara más que la vida de miles de personas y justificara los procesos represivos y el control absoluto bajo el cual vive su población.


Algunas de las reflexiones planteadas por Mbembe en la franja de Gaza para dar cuenta del funcionamiento de la forma específica del terror nombrada necropoder, pueden servirnos para pensar los modos en que operaran las políticas autoritarias en Cuba, donde también la vigilancia --como en los procesos de ocupación contemporánea-- “está orientada tanto hacia el exterior como hacia el interior; el ojo actúa como un arma y viceversa” (49). Ese ojo en la isla es también una boca que habla: se llama delación, chivatería. Es una zona de vigilancia sociopolítica activada que convierte a todos en posibles enemigos. 


El encadenamiento de poderes múltiples disciplinares, biopolíticos y necropolíticos, como ha pensado Mbembe para la modernidad tardía, aporta un conjunto de reflexiones y nociones necesarias para comprender el régimen de dominación totalitaria en Cuba.

Pies de página

[1] Profesora investigadora Unidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa.


[2] Arendt, H. ¿Qué es la política? (R. Sala Carbó, trad.). Paidós, 1997.


[3] Lordon, F. Los afectos de la política. Zaragoza: Prensas de la Universidad de
Zaragoza, 2017.


[4] Balandier, G. El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación. Paidós, 1994.


[5] Arendt, H. Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus, 1998.

[6] Tania Bruguera in conversation with/en conversación con Claire Bishop. New York: Fundación Cisneros, 2020.


[7] Donde tus ideas se convierten en acciones cívicas (100 horas lectura Los orígenes del totalitarismo), La Habana, 2015.


[8] Friedrich. El carácter único de la sociedad totalitaria. En: Antologías para el estudio y la enseñanza de la ciencia política. V. II. UNAM.

[9] La Repregunta. Claudia Hilb: “El embargo a Cuba sirve hoy para los que buscan defender un régimen indefendible”, La Nación, 18 de junio 2021.


[10] Hilb, C. Silencio, Cuba. La izquierda democrática frente al régimen de la Revolución cubana. Edhasa, 2010.


[11] Evreinov. El teatro en la vida. Santiago de Chile: Ercilla, 1936.

 

[12] Taussig. La magia del Estado. México: Siglo XXI, 2015.

 

[13] Mbembe, A. Necropolítica (Elizabeth Falomir Archambault, ed. y trad.). Melusina, 2011.

 


 

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