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TEMA: GEOPOLÍTICA 

Cuba: el futuro de la Revolución

Por: Armando Borrero Mansilla*

Agosto 2019

*Ex Consejero Presidencial para la Defensa y Seguridad Nacional. Fue Decano de Artes y Humanidades de la Universidad Pedagógica Nacional. Profesor de la Universidad Nacional, Escuela Superior de Guerra y Universidad El Bosque. Sociólogo de la Universidad Nacional y estudios de posgrado en Derecho Constitucional, Ciencia Política y Seguridad Nacional.

La percepción del tiempo pone trampas, generación tras generación. Para el profesor que vivió en su juventud los años 50 y 60, las figuras de Alberto Lleras, o la del general Eisenhower y la de Mao Zse Dong, están vivas, y vívidas, en la memoria. No son pasado lejano, son parte de un conjunto vital compacto. Para sus estudiantes, si es que tienen noticia de tales personajes, son figuras apolilladas de los textos de historia (si es que han leído alguno, en esta Colombia sin memoria) La reflexión viene a cuento, porque al pensar en el destino de Cuba, no se puede dejar de lado que está en una profunda, y decisiva, transición generacional.

Cuba vive la salida de los “históricos” de la revolución. Aquellos jovencitos que llegaron al poder en enero de 1959 están hoy, o muertos, o retirados en su ancianidad. Una generación nacida y criada dentro de la revolución llegó al poder. El pueblo que gobiernan apenas contiene un puñado de quienes vieron desfilar por las calles de La Habana a los barbudos presididos por Fidel, El Ché, Raúl y Cienfuegos. Los de hoy sólo tienen de la Cuba prerrevolucionaria, el relato de los mayores.

Un ejemplo relevante es el presidente de la Cuba contemporánea. La edad de Díaz-Canel coincide con la del periodo revolucionario. Una generación así no percibe los procesos como la generación que los vivió. Su punto de partida es lo establecido y no valora los cambios posibles con la misma aprensión de quienes forjaron la sociedad de hoy; porque, para comenzar, su visión del mundo no incluye la disputa planetaria del mundo bipolar, ni los ribetes heroicos de los jóvenes cubanos que cumplían en África su “deber internacionalista”.

A 90 millas de La Habana vive otra Cuba y otra cubanidad. No son los exiliados que con su miopía política apuntalaron, por reacción, al régimen castrista. La generación anterior hizo anticomunismo, predicó anticastrismo y financió aventuras fracasadas, pero nunca tuvo una palabra para los cubanos que se quedaron en la isla. El régimen encontró fácil señalarlos como un enemigo dispuesto a despojar al pueblo de cualquier logro alcanzado, así fuera el magro proporcionado por la revolución. No construyeron identidad con los quedados atrás y sirvieron para ser señalados como el lobo feroz dispuesto a devorarlos a la primera ocasión propicia.

Hoy los nacidos en el norte son americanos, su lengua primera es el inglés y sus recuerdos son los relatos, no los recuerdos, de una primera vida en Cuba. No sienten la pulsión de regresar al nido, el suyo está en su realidad vital: ya no son ni exiliados, ni inmigrantes. Cuba es leyenda familiar y acaso el nombre y el apellido los remiten a ese destino exótico que fue el mundo de sus abuelos.

El encuentro de esos dos mundos puede ser menos pugnaz de lo anunciado en otras épocas, porque ya no será tan fuerte la sensación de partes en disputa. Por otra parte, la recomposición del poder mundial que hoy está en marcha, le quita a Cuba el peso de la importancia que tuvo durante la guerra fría. Esto, lejos de ser una pérdida, puede resultar una bendición. En un pasado reciente, Cuba tuvo una posición de primera fila dentro de la disputa planetaria. Era una avanzada del mundo socialista, mayormente oriental, en las barbas mismas de la potencia occidental. Su líder, Fidel Castro, era el político latinoamericano de más proyección universal, e independientemente de cómo se valore su trayectoria, méritos no le faltaban: simplemente sobrevivir en el poder en medio de la adversidad, era una hazaña. Pero la pugnacidad persistente radicalizaba las posiciones. Hoy, al margen de los grandes sucesos, vuelve a ser la nación pequeña, con una economía que no tiene incidencia mayor en el mundo y sin la proyección ideológica de otros tiempos. Las pretensiones no pueden ser lo que fueron: no se tiene la presión de ser modelo.

En esta realidad, la política se quedó atrás. Después de las cercanías propiciadas por el gobierno de Barack Obama, los Estados Unidos han dado marcha atrás. La coyuntura está dibujada sobre la geopolítica del Caribe: El problema es Venezuela, no Cuba, pero la presencia de esta última en el proceso venezolano la señala. La pequeña Cuba está sobre extendida y su discípula, no muy aplicada por cierto, al borde del colapso. Los procesos se encadenan y se condicionan mutuamente. La bendición que le falta a Cuba es el fin del extraño experimento populista de Caracas. Divorciada, estará más cerca de ser feliz en el relegamiento.

La profecía no es el fuerte de las Ciencias Sociales, pero se puede adelantar en forma de hipótesis plausibles que, despojada Cuba de su papel de estrella, podrá finalmente encontrar su puesto sin ser vista con desconfianza, aún si permanece socialista. Para sobrevivir deberá diversificar su economía y como sus posibilidades en este campo no son muchas, deberá admitir inversiones en turismo con toda la carga transformadora de la industria sin chimeneas, que finca su influencia en los efectos de demostración para la población nativa. La industria azucarera tiene todavía algunas posibilidades si da el paso a productos de exportación con valor agregado, pero es de todas maneras un margen limitado de maniobra. La industria farmacéutica necesitará de estrategias bien pensadas para sobrevivir a la competencia de las ligas mayores. Pero para no alargar el listado, Cuba tendrá dificultades para ampliar su mercado interno y para ser competitiva en el exterior.

Para superar la falta de Venezuela en el suministro de petróleo, Cuba debe mirar su entorno. Las relaciones con América Latina pueden fundarse en realidades y no en identidades ideológicas que hoy son y mañana pueden no serlo. México en primer lugar, por su cercanía, por ser un país petrolero con costos menores de transporte y por el tamaño de su mercado interno. Colombia y Panamá al sur, junto a la Venezuela que venga. Las Antillas pueden darle oxígeno político en escenarios multilaterales y ser socias en la industria del entretenimiento. Otra nación del entorno, no el geográfico pero si el cultural, es España. La España que siempre permaneció cercana, aún durante el régimen franquista, fiel a unos lazos de sangre muy cercanos.

Otras posibilidades son más inciertas. Las ideológicas desaparecieron. Rusia y China pueden ser apoyo por causa de sus disputas con los Estados Unidos, pero nadie puede calcular por cuanto tiempo en el desarrollo imprevisible de las relaciones entre las potencias. Además, esa ayuda no sería mayor, porque los tiempos son otros y Cuba ya no será más la de 1962.

Como se mencionó antes, otras potencias por el estilo de China y Rusia todavía tienen interés por Cuba. Están vivos los lazos históricos de la revolución, pero, más que esto, en la disputa planetaria nueva por la constitución de un mundo de centro múltiples de poder, tendencia a la que no adaptan todavía los Estados Unidos, Cuba puede servir, en alguna medida, como una posición de contención para la potencia vecina, pero de manera muy limitada. Su entidad demográfica, económica y territorial no da para pensar en una estrategia de envolvimiento liderada por potencias que todavía no están en capacidad de proyectar un poder militar creíble en el Caribe. Todo lo más ayudarán a sostener un modelo alternativo a la democracia liberal en América, que les reporte alguna capacidad de influencia en el ámbito latinoamericano.

Todo lo anterior implica para Cuba una condición ineludible: transformar su sistema económico y en alguna medida, también, su sistema político. No se ve claro en la dirigencia cubana de la actualidad, que esté dispuesta a seguir la senda china o la vietnamita (la rusa es otra cosa, por ahora impensable para el régimen cubano) Pero algo tendrán que cambiar para que el entorno cambie también. Lo que suceda, seguirá seguramente un método como el chino. China, en 1989, dejó en claro que había sacado lecciones de la debacle soviética: hacer primero la reforma política, puede impedir la conformación de una voluntad política para sacar adelante reformas económicas liberales. Por eso reprimió duramente en Tienanmen cualquier asomo de reformismo político y se concentró en hacer primero el cambio económico, sin movimientos contestatarios que lo obstaculizaran.

Al parecer Cuba no tiene alternativa. Debe abrirse al mundo, y puede colegirse que la dirigencia lo intentaría sin pagar el precio de dejar de lado lo que considera fundamental de la revolución. De la capacidad para conciliar la permanencia de un mínimo institucional de lo que considera conquistas de protección y seguridad social, con las exigencias de una economía de mercado, depende su integración en la economía global. Si Cuba lo hace, se transformaría en algo así como una socialdemocracia sin democracia liberal. Con todo lo que se ve en el mundo de hoy, una situación tal ya no parecería tan extraña y contradictoria.

¿Cuál sería el “timing” del proceso? La respuesta está en lo que pueda suceder con Venezuela. Si Cuba se aparta del régimen de Maduro o si éste hace colapso, Cuba, lejos de perder, porque hoy es muy poco lo que gana, ganaría en libertad de acción. La afirmación se asemeja a un trabalenguas, pero es la realidad. Cambiaría la ecuación de la relación con los Estados Unidos y atenuaría las tensiones del espacio caribeño. Se acercaría más fácilmente a Latinoamérica y se liberaría de responsabilidades onerosas (Lo que fue esperanza en los comienzos del siglo, hoy es un fardo improductivo)

No sería extraño ver, más pronto de lo pensado, un diálogo entre Cuba y la Cuba del exilio. Las partes dialogantes ya no serían las del siglo 20. Las relaciones con los Estados Unidos, que hoy parecen tan distantes y sin porvenir, tienen, sin embargo, una dinámica subyacente que ya afloró en el gobierno de Obama. Las tendencias conspiran contra el bloqueo económico, cada vez más obsoleto y desprestigiado. Las fuerzas de la globalización terminarán por imponer su ley.

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