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FORO CUBANO Vol 3, No. 27 – TEMA: ANÉCDOTAS I –

Anécdotas de Coco Fusco

Diciembre 2020

Vistas

Coco Fusco es una artista y escritora interdisciplinaria, cubano-americana, radicada en Nueva York.[1] Tiene un B.A. en Semiología (Universidad de Brown, 1982), un Máster en Pensamiento y Literatura Moderna (Universidad de Stanford, 1985) y un Doctorado en Arte y Cultura Visual (Universidad de Middlesex, 2007). Actualmente es profesora en Cooper Union School of Art. Fusco ha recibido varias distinciones como el Premio Rabkin de Crítica de Arte (2018), el Premio Greenfield (2016), la Beca Cintas (2014), la Beca Guggenheim (2013), el Premio Absolut Art Writing (2013), la Beca Fulbright (2013) y el Alpert Award in the Arts (2003).

Imagen suministrada por la artista. Muestra a Coco Fusco, Magdalena Campos, Consuelo Castañeda, Zaida del Río y Silvia Gruner (artista mexicana) en Cuba. Tomada por Gustavo Pérez-Monzón.

 

Los performances y videos-arte de Fusco se han presentado en la 56ª Bienal de Venecia, en Frieze Special Projects, en Basel Unlimited, en dos Bienales de Whitney (2008 y 1993), entre otras exposiciones internacionales. Sus obras se encuentran en las colecciones permanentes del Museo de Arte Moderno, El Centro de Arte Walker, el Centro Pompidou y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.

 

Fusco es autora de Dangerous Moves: Performance and Politics in Cuba (2015). Otros de sus títulos son English is Broken Here: Notes on Cultural Fusion in the Americas (1995), The Bodies that Were Not Ours and Other Writings (2001) y A Field Guide for Female Interrogators (2008). También ha sido editora de Corpus Delecti: Performance Art of the Americas (1999) y Only Skin Deep: Changing Visions of the American Self (2003). Además, colabora con regularidad en The New York Review of Books y en numerosas publicaciones de arte.

 

1- ¿Cómo surge la idea de tener a Cuba como objeto de estudio/escena de trabajo? ¿Puede describir dentro de qué proyecto se concibió la estancia y su papel en él?

 

Soy hija de una cubana y mi existencia se debe hasta cierto punto a la revolución. Mi madre salió de Cuba en 1954 para terminar su carrera de medicina, ella estaba convencida de que, como mujer mulata, y guantanamera de una familia humilde, no podía ejercer su profesión en Cuba. Mi madre fue deportada de los EEUU en 1959 porque alguien descubrió que su visa se había vencido y la denunció, optó por salir en estado y así modificar su status migratorio mediante el casamiento, para poder quedarse en los EEUU. Luego se escondió hasta que yo nací en junio de 1960. Me obtuvo un pasaporte estadounidense y cuando tenía un mes de edad me llevó a Cuba, ahí estuvimos varios meses y mi madre logró obtener permiso para regresar a los EEUU como madre de una ciudadana norteamericana. Durante mi niñez recibimos a muchos parientes, que siguieron viniendo, porque la emigración de mi familia nunca paró, en ese entonces, les enseñaba inglés a mis primos y les traducía a los adultos. Cuento esto para subrayar que mi relación con Cuba es algo de toda la vida.

 

En 1979 cuando se iniciaron los viajes a Cuba para algunos exiliados, una tía y mi madre decidieron viajar a la isla, así que con eso empezó una nueva etapa de la relación que mantenía mi familia con Cuba. Cuando tuve la oportunidad de ver el documental “Conducta Impropia”, en 1984, me hizo pensar muchísimo – era la primera vez que veía a muchos intelectuales cubanos hablando de sus experiencias en Cuba y de la homofobia revolucionaria.  En 1985 conocí a Flavio Garciandía, José Bedia y Gerardo Mosquera cuando estuvieron en Nueva York preparando una exposición de arte cubano en la galería de la Universidad SUNY Old Westbury donde enseñaba Luis Camnitzer, ellos me invitaron a Cuba y decidí aceptar la invitación. Ese mismo año murió Ana Mendieta, la artista cubana que había creado los lazos entre los artistas plásticos de los 80 y un grupo de artistas neoyorkinos que ella llevó a Cuba. Yo conocía a Ana porque ella era amiga de mi mentor, el artista argentino Leandro Katz, en ese momento yo estaba iniciando mi relación con el mundo del arte de Nueva York. En fin, mi primer viaje como adulta a Cuba fue en 1985, y la funcionaria que me atendió en ese viaje fue Naty Revuelta, nunca me olvidaré de esa semana en la Habana, que para mí fue alucinante. Además de poder reencontrarme con los artistas que había conocido en Nueva York, visité los talleres de Arturo Cuenca, Tomás Sánchez, Zaida del Rio y otros. Algunos pasajes interesantes que enfrenté fueron, por ejemplo, cuando fui a cenar con Cuenca en el restaurante de un hotel, pero nos echaron del lugar porque no aceptaban el vestuario de Cuenca. Me quedé en el Hotel Colina y ahí las señoras que limpiaban me pedían regalos todos los días – pintura de uñas, maquillaje, etc. También en ese viaje me robaron mi pasaporte. Compré un dibujo de Bedia por 100 pesos cubanos – él estaba en Angola, pero su esposa en aquella época me lo vendió. A raíz de ese viaje decidí volver al año siguiente para filmar durante la Bienal de la Habana. 

 

 2- ¿Cómo describiría el contexto (interacción con la institución de acogida, acceso a fuentes, logística)? ¿Qué oportunidades y restricciones enfrentó?

 

En el primer viaje yo era muy ingenua. Tenía a Naty como la compañera que me atendía y no sabía cómo deshacerme de ella. Pero ese mismo año regresé a Cuba para el Festival de Cine Latinoamericano y como era un evento grande con muchos invitados era más fácil escaparme. Los artistas que ya conocía empezaron a presentarme a otros artistas, críticos y curadores, me pedían libros y revistas de arte y yo llevaba maletas llenas en cada viaje. Obviamente, había restricciones – la seguridad del estado controlaba la entrada a los hoteles, a las fiestas y a las recepciones de los grandes eventos, y los cubanos no tenían derecho a subir a las habitaciones.

 

Con mis amigos empecé a aprender cómo ellos lograban, a veces, burlar las reglas: falsificaban entradas a las fiestas, yo les conseguía tickets para comer en los comedores de los hoteles, ellos a veces me disfrazaban de cubana con ropa de poliéster para poder pagar en pesos en los restaurantes donde usualmente estos comían, pero al mismo tiempo, muchos artistas me tenían miedo, los agentes de seguridad siempre preguntaban por mi después de mis partidas y a veces interrogaban a los artistas al salir de los hoteles. Nosotros hablábamos mucho acerca de sus luchas con los burócratas y sus deseos de viajar, pero nadie se atrevía decirme que quería emigrar, y nadie me hablaba de los compañeros de clase que habían desaparecido del mundo del arte por razones políticas. Yo no logré entender todo lo que sucedía en esa época hasta mucho después cuando esos mismos artistas ya estaban fuera de Cuba y podían hablar con más soltura.

 

Mientras más me acercaba a los artistas, menos contacto tenía con las instituciones; mientras, me convertía rápidamente en una figura problemática para muchos burócratas. El documental sobre el arte posmoderno en Cuba en el que fui co-productora (el resultado de la filmación durante la Bienal del 86) fue mal visto por la oficialidad porque incluyó una conversación entre varios artistas sobre la censura en Cuba. De ahí en adelante tuve problemas con las instituciones, muchas veces intentaron destruir mi amistad con varios artistas, circulando rumores y también con amenazas; Me negaron la visa en el año 1994, y nuevamente en el 2018 y 2019.

 

 3- ¿Tuvo eventos, situaciones, contactos o experiencias claves? ¿Puede narrar alguno a modo de anécdota?

 

Tantas cosas pasaron.[1] Pero te comento que cuando terminamos el documental Havana Postmodern, fui a Cuba y me pidieron que presentara el documental en el Centro Wifredo Lam. Ahí parecía que el anfitrión del evento era Mosquera, el público invitado era un grupo de artistas, tal vez unos 30. Resultó ser una especie de acto de repudio, cuando terminó el video, varios empezaron a criticarlo como una “manipulación” de los artistas, parecía que todo había sido preparado de antemano, yo no sabía que decir, no quería crear problemas para mis amigos, pero me parecía injusto todo. Cuando la sesión terminó, salí de ahí con Consuelo Castañeda y Osvaldo Sánchez y me dijeron, “eso fue una mierda, no hagas caso a nadie”. Me sentí aliviada por ese gesto de solidaridad, me estaba quedando en casa de Osvaldo y cuando regresamos a su hogar, apareció un artista joven, miembro de unas de las colectivas de la época, empezó a pedirme perdón por lo que había sucedido, me dijo que se sentía avergonzado, pero se quedó en la entrada de la casa, no pasó al interior. Cuando se fue, mis amigos me dijeron “ten cuidado, es muy raro que esa persona haya venido a decirte esto”. Es decir, que era probable que el joven era un informante y que las instituciones querían saber cuál había sido mi reacción al evento en el Wifredo Lam.

 

4- ¿Cómo varió la estancia sus percepciones iniciales?

 

Bueno, Cuba es un laberinto que fui conociendo poco a poco. Yo había crecido en los EEUU, no crecí en Miami, pero sí tenía muchas experiencias con parientes anti-Castristas y en aquella época era prácticamente imposible obtener información sobre Cuba que no fuera anti-Castrista. Al mismo tiempo, yo de joven identificaba a mis parientes cubanos como personas muy conservadoras en todos los sentidos y yo era más liberal, porque venía de la influencia de los cambios sociales de los 60 y 70, me había formado en instituciones progresistas y en torno a movimientos de protesta contra la intervención americana en Nicaragua y El Salvador, todo esto me llevó a una visión muy crítica de la política extranjera en mi país.

 

Cuando apareció la oportunidad de ir a Cuba para conocer la escena del arte, estaba muy intrigada. Me daba la oportunidad de un acercamiento que no tuviera que ver el entorno familiar, sino con mis intereses personales y profesionales y lo que encontré fue un grupo de jóvenes intelectuales que se parecían mucho a mi, a pesar de que habíamos sido criados en sistemas políticos muy diferentes. Leíamos los mismos libros, nos interesaban los mismos artistas, nos burlábamos de la autoridad de las mismas maneras.  No sabía mucho de Cuba cuando llegué, pero aprendí bastante en poco tiempo. Los artistas e intelectuales que conocí en los 80 sentían cierto optimismo en cuanto a la política – veían lo que pasaba en Europa del Este – la perestroika, el glasnost, etc. como fenómenos que podían llegar a Cuba. Además, había entre ellos cierta soberbia: pensaban que era los hijos de la revolución que podían transformar el país. Ese optimismo no duró por mucho tiempo.

 

[1] Su biografía fue tomada de su sitio oficial: https://www.cocofusco.com.

 

[2] Un relato más nutrido y detallado de estos y otros eventos pueden encontrarse en Fusco, C., & Behar, R. (1995). El diario de Miranda/Miranda's diary. Bridges to Cuba/Puentes a Cuba, 198-216.

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